La demolición de los pilares del bienestar
Un grupo de niños españoles acude al colegio.
"La medida de nuestro progreso no es cuánto podemos añadir a la abundancia de aquellos que tienen mucho, sino de qué manera podemos garantizar lo suficiente para aquellos que tienen poco". Esta afirmación del presidente Franklin D. Roosevelt en su discurso de investidura de 1937, resumía uno de los programas de gobierno más integradores y reformistas que han conocido los Estados Unidos, y un anticipo de la conformación de los sistemas de bienestar modernos que alcanzaron su cénit en la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XX. En aquellas décadas nació uno de los pilares del contrato social moderno que une al Estado con sus ciudadanos, donde un régimen fiscal progresivo y un sistema sólido de oportunidades y garantías sociales para todos generarían los círculos virtuosos que sostienen una sociedad próspera y más equitativa.
Cuando ya han pasado ocho años desde que se desencadenase sobre las regiones más ricas del planeta una crisis económica y financiera con pocos precedentes, este contrato social ha comenzado a ser puesto en cuestión. Las desigualdades en ingresos, protección y oportunidades se han incrementado de un modo desconocido hasta ahora, replanteando los fundamentos que fueron establecidos hace más de medio siglo.
En el conjunto de la OCDE, la diferencia media entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población es de 10 a 1, siete veces más alta que hace 25 años. En el caso de España, la diferencia se incrementa hasta 12 a 1.
Según Unicef, "de entre todos los colectivos afectados por esta situación, el de los niños y jóvenes destaca como uno de los más alarmantes". Es decir, según alerta la organización, los niños "han sido golpeados más duro por la crisis y pagarán las consecuencias durante más tiempo, en ocasiones de por vida".
Los países más ricos han dejado crecer las diferencias entre este colectivo y el resto de la sociedad. Y, para la agencia de la ONU para la infancia, "España se ha convertido en el paradigma de esta tendencia".
Si no se pone freno a la creciente desigualdad, esta generación va a vivir mucho peor de lo que vivió la de sus padres. "Tenemos la certeza de que lo que hagamos para responder a esta emergencia dependerá en buena medida el mundo en el que vivan las generaciones futuras".
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