Tumana tenía solo ocho años cuando pisó por primera vez España. Aterrizó con otros 200 niños y niñas saharauis en el mes de junio del 2002. Era el comienzo de sus Vacaciones en paz, un proyecto que se desarrolla todos los años para que la población infantil Sáharaui pueda escapar de las altas temperaturas del desierto durante los meses de verano.

Una familia zaragozana esperaba a Tumana con los brazos abiertos. Eran Mª Rosa Fernández, su marido y sus dos hijos, que decidieron ser familia de acogida en el año 2002: «Por la puerta apareció una niña muy menuda, delgada y que miraba inquieta a todas partes. Cuando nos inscribimos al programa, yo no sabía nada del conflicto del Sáhara, solo lo poco que se veía en los medios, pero gracias a que acogí a Tumana me empecé a sensibilizar más por la causa», recuerda Mª Rosa.

Así comenzó el primer verano fuera de su tierra para Tumana. Mª Rosa ya tenía experiencia con niños por su profesión de maestra, pero recuerda que los primeros días fueron difíciles: «Los críos llegan aquí sabiendo muy poco español y totalmente desorientados por el contexto». Sin embargo, pronto entablaron un fuerte vínculo: «La niña me llamaba su madre española, se hizo querer enseguida. Además, era muy educada. Los niños saharauis, en general, tienen muy buena educación en valores. Recuerdo que no empezaba a comer hasta que yo me sentaba a la mesa, y me ayudaba en todo. No me dejaba desperdiciar ni una gota del agua el grifo».

Los refugiados saharauis tienen que sobrevivir en un territorio desértico al suroeste de Argelia denominado La Hamada, el desierto más duro e inhóspito del mundo, alrededor de la población de Tindouf. En este campamento de refugiados, dividido en cinco sectores, la población se enfrentan a temperaturas de 50 grados, a tormentas de arena, a unas condiciones de saneamiento y agua potable muy escasas y a una reducida atención médica, que en muchas ocasiones tan solo proviene por parte de oenegés. Vacaciones en paz es la única alternativa que tiene la población infantil de escapar de estas duras condiciones.

El programa, que este año cumple 40 años, se lleva a cabo cada verano gracias a la Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara, desde donde matizan que Vacaciones en paz posibilita a los niños y niñas saharauis de entre 8 y 12 años salir de los campamentos de refugiados y de las duras condiciones en las que viven, además de la experiencia, y la posibilidad de realizarles reconocimientos médicos y tratamientos especiales que resultan imposibles en los campamentos.

«En la actualidad, además de en España, el programa se lleva a cabo en Francia, Italia y Alemania. El verano pasado fueron 3.902 niños y niñas los participantes a nivel estatal. Este verano recibiremos a unos 4.000 menores», explica Ana Garrido, responsable a nivel estatal del proyecto, quién añade que «el principal objetivo es transmitir a los poderes públicos y a la ciudadanía la necesidad de encontrar una solución justa y definitiva a la causa del Sáhara Occidental».

Tumana, Mª Rosa y su familia pasaron un verano inolvidable: fueron a la playa, a la piscina y disfrutaron de las noches veraniegas. Pero los dos meses transcurrieron, llegó septiembre y con él la hora de decir adiós: «La despedida fue muy difícil, aunque sabíamos que algún día tenía que regresar con su familia. La niña me dejó una huella imborrable, pasábamos las 24 horas juntas».

Al verano siguiente, la familia intentó acoger a la niña de nuevo. Pero fue en vano: habían perdido totalmente el contacto. Los veranos siguientes cada vez se fue haciendo más complicado. En el campo de refugiados no había registros de ningún tipo y tampoco teléfonos móviles. Sin embargo, si alguna huella había dejado Tumana en Mª Rosa, era la de la reivindicación. Así que comenzó a viajar a todas las ciudades españolas para sumarse a cualquier manifestación en pro del pueblo saharaui.

En 2011, tras una marcha por la libertad de los presos políticos del Sáhara Occidental en Madrid, Mª Rosa acudió con sus compañeros a una tetería. «Estábamos hablando sobre el programa Vacaciones en paz, les enseñé a mis amigos una foto de Tumana y de que todavía estaba intentando dar con ella. De repente, la mujer que servía el té, una señora de mediana edad, miró mi móvil sorprendida y exclamó que esa era su sobrina». La emoción de ambas no pudo ser mayor. Tras nueve años de búsqueda incansable, por fin había dado con ella.

Tumana tiene ahora 25 años y una hija de tres años -la «nieta de arena» para Mª Rosa-. Pudo ir a la universidad en Argelia para estudiar una carrera. En el campamento de refugiados de Tindouf era una de las tres niñas que sabían desactivar minas con las manos en el muro de la vergüenza, tarea por la que recibían una escasa remuneración. Mª Rosa lleva cinco años bajando al Sáhara a visitar el campamento y brindar su ayuda en un colegio con niños discapacitados. Tumana, al igual que el resto de refugiados, no puede salir de allí, no podría regresar.

La primera vez que Mª Rosa aterrizó en Argelia, en el vuelo de las cuatro de la mañana, no se encontró a una niña menuda al otro lado de la puerta, sino a una joven Tumana esperando con una cajita de cartón envejecida entre sus manos. Dentro, unas fotografías de una madre y una hija del verano del 2002 en Zaragoza.