Son las 8.30 horas de la mañana y la temperatura se acerca a los cero grados en Zavalje, una pequeña localidad bosnia cerca de la frontera con Croacia. Khaan y otros 30 hombres esperan en la puerta del centro médico local. Están esperando ser atendidos en el centro de Médicos Sin Fronteras (MSF), que proporciona atención cuatro veces por semana. La ropa de Khaan está sucia, no lleva abrigo y sus zapatos -que han perdido los cordones- están cubiertos de barro.

«Hace dos semanas estaba en el juego -así es como llaman al intento de cruzar la frontera con Croacia-», explica Khaan. «Pero la policía croata nos atrapó a todos. Nos golpearon, nos quitaron los abrigos, las mochilas, los teléfonos, el dinero e incluso los zapatos. Luego nos enviaron de regreso a Velika Kladusa (Bosnia). En mi grupo también había niños, de apenas 12 años, a los que la policía golpeó igualmente. Es lo que siempre sucede».

Khaan es una de las aproximadamente 20.000 personas que han llegado a Bosnia este año con la esperanza de continuar su ruta hacia el norte. Con medidas de seguridad cada vez más restrictivas a lo largo de las fronteras de los Balcanes, miles de migrantes continúan buscando rutas alternativas para encontrar protección en otros países europeos. Las terribles condiciones de vida, que empeoran a medida que se acerca el invierno, sumadas a las devoluciones violentas de Croacia, han convertido al país del este en uno de los cuellos de botella más peligrosos de Europa.

Por la noche, con temperaturas cercanas a cero, casi 4.000 personas tratan de dormir en edificios abandonados y refugios improvisados en los alrededores de las ciudades fronterizas de Bihac y Velika Kladusa. También montan tiendas en el campamento de Vucjak, un antiguo vertedero que iba a ser una solución temporal de las autoridades en un intento de proporcionar abrigo a los que quedaban fuera de los campos oficiales, pero que sin embargo no cumple con ningún estándar humanitario. Además, está situado en una zona plagada de minas terrestres y el terreno está contaminado con metano, un gas muy inflamable. A pesar de ello, las autoridades anunciaron que el campamento permanecerá en las condiciones actuales durante todo el invierno y que se utilizará para albergar a los recién llegados.

«La situación aquí es muy dura», afirma Muhalli, un hombre procedente de Pakistán. «Por la noche, el frío pasa a través de la tienda, y cuando llueve el agua entra dentro. La comida es muy mala, los baños están tan sucios que no podemos usarlos, y el agua para las duchas está helada». Muhallil lleva en Vucjak dos meses junto con su hermano de 16 años. Mientras habla, sus compañeros hornean panes sin levadura en un fuego que han encendido dentro de la tienda que comparten todos.

«El campamento es un lugar peligroso e inhumano, ninguna persona debería vivir así», denuncia Nihal Oman, responsable adjunto del proyecto de MSF. «Las personas llegan a nuestra clínica desde Vucjak en chanclas, sin calcetines ni abrigos, muchas de ellas con infecciones respiratorias y enfermedades de la piel causadas por las horribles condiciones de vida. Es desgarrador verles y tratarles sabiendo que al final del día tendrán que volver a dormir en el suelo. Es inaceptable escuchar que este campo permanecerá abierto. Debería estar cerrado ya», reclama Oman.

Desde agosto, MSF ha reactivado, en colaboración con el Ministerio de Salud de Bosnia, sus programas médicos en dos localizaciones en esta zona del país para responder a las necesidades de salud de migrantes y solicitantes de asilo que se encuentran fuera de los centros oficiales. El programa pone el foco, sobre todo, en las víctimas de violencia física y violencia sexual. Desde entonces, los equipos médicos de MSF han realizado 1.200 consultas a personas que, de otro modo, no recibirían atención médica y de las que muchas son menores no acompañados.

«Las personas que no están registradas en los campos oficiales no tienen acceso a ningún tipo de servicios y están más expuestas a un mayor riesgo de violencia», agrega Oman. «Nuestra respuesta está diseñada para llegar al más necesitado. A menos que las autoridades faciliten servicios adecuados y un alojamiento seguro, apropiado y adaptado a las condiciones invernales, tememos que sea solo cuestión de tiempo antes de ver morir a gente».