Naciones Unidas calcula que actualmente hay en el mundo unos 300.000 niños y niñas soldado que están siendo explotados en alrededor de una treintena de conflictos armados. Estos menores son reclutados en aproximadamente una quincena de países, entre los que se cuentan Afganistán, Angola, Burundi, Guinea-Bissau, Irak, Liberia, Mozambique, la República Democrática del Congo, Ruanda, Sierra Leona, Siria, Somalia, Sri Lanka, Uganda, Yemen o Sudán del Sur.

La utilización de niños y adolescentes menores de 18 años en los conflictos armados es una de las peores formas de explotación infantil que existen. Es fácil captar a aquellos que viven en la pobreza y la exclusión social. «Prefieren morir en la guerra antes que de hambre», aseguraba el exmisionero Chema Caballero en una entrevista concedida a ESPACIO 3, quien ayudó a Unicef a poner en marcha su primer programa para reinsertar a niños soldado, en Sierra Leona.

Cuando el colegio y divertirse deberían ser sus únicas preocupaciones, estos menores se ven abocados de forma involuntaria a jugar con armas de verdad. Son testigos y víctimas de terribles actos de violencia o son obligados a ejercerla. En ocasiones, tienen que matar a un familiar o amigo para demostrar que están capacitados para ingresar en el grupo armado. Los traumas que esto les provoca son difíciles de superar.

Algunos acaban en primera línea de combate, pero otros sirven como cocineros, mensajeros, desactivadores de minas o espías, e incluso se ven obligados a entregar su vida en ataques suicidas. Otros y, sobre todo, otras, terminan como esclavas sexuales para las tropas. Y es que, según asegura Caballero, «hay casi tantas niñas como niños implicados». «Y hay que hacerlas visibles para que se las tenga en cuenta» porque, de lo contrario, «se quedan fuera de muchos programas».

Las consecuencias para los menores que son utilizados como soldados son múltiples y, en la mayoría de los casos, devastadoras. Las secuelas pueden ser psicológicas. Sin excepción, la salud mental de estos niños se ve afectada de diferentes modos y con distintas intensidades. Pueden sufrir ansiedad, depresión, trastornos de conducta (algunas derivadas del uso de drogas), agresividad, sentimiento de pérdida, soledad o desarraigo, según un informe de Ayuda en Acción.

Pero las consecuencias también pueden ser físicas, a causa de heridas derivadas del conflicto o bien de torturas o abusos por parte de los cabecillas o compañeros del grupo armado. Las mutilaciones, la desnutrición y las enfermedades de transmisión sexual no son raras entre quienes son o han sido niños soldado. Tampoco el síndrome de abstinencia.

En el caso de las niñas, además, el embarazo temprano a causa de abusos sexuales es habitual, con todo lo que ello implica para su salud física y mental. Su futuro se ve condicionado para siempre.