Los 54 centros asociados a la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal) atendieron el año pasado a casi 1,6 millones de ciudadanos, frente a los 1,1 millones del 2019. Por su parte, el de Zaragoza suministró comida para 26.000 personas, 20.000 de la capital y 6.000 de la provincia. Fueron 3.000 más que en el ejercicio anterior.

Pero no solo aumentó el número de zaragozanos atendidos, sino también las necesidades de apoyo de estas personas, pues la demanda de víveres se disparó hasta un 30%. Y aunque en el Banco de Alimentos Zaragoza no se llegaron a alcanzar las cifras de su año récord, el 2016, cuando se repartían 17,7 toneladas al día (el año pasado fueron 15,5), el comienzo de la pandemia fue quizás el periodo más difícil de los vividos desde su fundación, en el año 1994.

Eso sí, «la tensión que hubo inicialmente ya se ha superado, y la situación es sostenible», afirma José Ignacio Alfaro, presidente del Banco de Alimentos de Zaragoza. «No hemos dejado de atender a ninguna entidad», apostilla.

Esa tensión a la que hacer referencia Alfaro fue debida a las excepcionales circunstancias que propiciaron la emergencia social derivada de la pandemia de covid-19. A diferencia de la anterior crisis económica, en la que la pérdida de puestos de trabajo y de fuentes de ingresos para la ciudadanía fue gradual (prueba de ello es que las peores consecuencias tardaron entre seis y ocho años a reflejarse en los balances de los 54 centros asociados a la Fesbal), en esta ocasión, el parón casi total de la actividad económica se produjo de un día para otro.

Y, si en la crisis del 2008, la economía sumergida sirvió de colchón a muchas familias vulnerables, en esta ocasión, hasta los empleos informales se vieron afectados en cuestión de 24 horas. Sin ahorros ni posibilidad de ganarse la vida, esta vez, miles de personas necesitaron ayuda alimentaria desde prácticamente el minuto cero. Por lo que, en las primeras semanas de estado de alarma, la demanda llegó a multiplicarse por cuatro en los bancos de alimentos.

A este aumento repentino de las necesidades a atender se sumó otro contratiempo. Las donaciones en especie que nutren los almacenes de estos centros se vieron interrumpidas de repente. «Pero lo solventamos con el incremento de las donaciones dinerarias», aclara Alfaro, ya que, al igual que la precariedad, también la solidaridad creció.

Otra piedra en el camino fue que los bancos de alimentos funcionan gracias al esfuerzo de los voluntarios (151 en el caso del de Zaragoza), la mayoría jubilados. Con una media de edad que oscila entre los 60 y los 80 años, las personas con patologías previas tuvieron que permanecer en sus casas. Pero pronto hubo estudiantes y jóvenes dispuestos cubrir estas bajas del voluntariado.