A lo mejor ha oído hablar alguna vez del comercio justo, o ha visto una etiqueta verde, negra y azul con la silueta de una persona levantando la mano, pero ¿sabemos realmente qué es? Se trata de un movimiento que nace en Estados Unidos en la década de los años 40 del siglo XX. Los primeros pasos los dieron SERRV International y Self Help Crafts (actualmente Ten Thousand Villages), esta última entidad gracias a Edna Ruth Byler, quien comenzó a vender bordados del Valle de la Plata, Puerto Rico. En 1958 se abre la primera tienda especializada en EEUU, mientras que, en Europa, Oxfam Reino Unido comienza también a vender artesanía hecha por refugiados chinos.

Desde los años 40 del siglo pasado a nuestros días ha habido numerosos cambios y se ha ido tejiendo, poco a poco, una gran red de productores y consumidores de este tipo de bienes. Pero de nuevo nos preguntamos: ¿Qué hay detrás de un producto para que se le considere de comercio justo?

En el 2001, las principales organizaciones internacionales del sector lo definieron como «una asociación comercial que se basa en el diálogo, la transparencia y el respeto y que busca una mayor equidad en el comercio internacional. Contribuye al desarrollo sostenible ofreciendo mejores condiciones comerciales y garantizando el cumplimiento de los derechos de productores y trabajadores marginados, especialmente en el sur. Las organizaciones de comercio justo están comprometidas activamente y presentan su apoyo a los productores, despertando la conciencia pública y luchando por cambiar las normas y prácticas habituales del comercio internacional».

Además, para que un producto se certifique, las grandes organizaciones evalúan el proceso y conceden, o no, la etiqueta correspondiente. Las más importantes a nivel mundial son World Fair Trade Organization (WFTO) y FairTrade International.

La WFTO establece diez principios que todas las entidades participantes deben respetar. El comercio justo debe crear oportunidades para productores con desventajas económicas. Debe ser responsable y transparente (rendir cuentas). Las prácticas comerciales han de ser justas, al igual que los pagos.

Las empresas tienen que garantizar buenas condiciones laborales y que no haya trabajo infantil o forzoso. Han de comprometerse con la no discriminación, la igualdad de género, el empoderamiento económico de la mujer y la libertad de asociación; proporcionar el desarrollo de capacidades; promocionar el comercio justo y respetar el medioambiente.

Bajo estos principios hay una oferta muy variada de productos. Los sectores principales son la artesanía y la cosmética, sin contar la alimentación, que en el 2018 acaparó el 95% de las ventas en España. Los alimentos de comercio justo más consumidos son el cacao y sus derivados, seguido del café y el té.

Esta alternativa de consumo tiene unos beneficiarios que, en su gran mayoría, son las familias productoras y las mujeres. Al cobrar un precio justo por sus productos, se aseguran la alimentación y la educación de sus hijos, mientras pueden invertir para seguir produciendo. Además, gracias a este modelo comercial, conocen derechos fundamentales que no sabían que tenían.