Doña Eulogia tiene 68 años, es viuda, muy trabajadora, madre de nueve hijos e hijas, orgullosa de que hayan podido estudiar, luchadora y siempre dispuesta. Vive en San Ignacio de Iguazú, al sur de Paraguay. Es campesina y trabaja activamente en el comité de la comunidad, junto a otras mujeres, para comercializar sus productos, compartir herramientas o recibir ayudas.

Celia Pérez es la trabajadora social del Servicio Legal Integral de San Ignacio de los Moxos, municipio de 21.000 habitantes en una zona tropical de Bolivia de gran valor ambiental. Trabaja junto con una psicóloga y una abogada dando apoyo a mujeres que sufren la violencia. Está muy involucrada, disponible las 24 horas.

Bolivia tiene desde 2013 una de las leyes más avanzadas del mundo para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia, que reconoce la figura de las promotoras comunitarias llamadas defensoras. Son fundamentales, porque las mujeres, antes que a lo institucional, acuden a otras mujeres cercanas, a vecinas, y son las defensoras las que hablan y se enfrentan con los agresores. Desde la cercanía con la víctima, canalizan la denuncia y siguen su evolución.

Grace tiene 16 años, vive en Kangemi, un suburbio de Nairobi (Kenia) de más de 100.000 habitantes, donde se la ve siempre junto a su hermanito de cinco años. Asiste a un proyecto de apoyo educativo con chicas jóvenes y adolescentes, la mayoría víctimas de violencia sexual, cuya situación económica y familiar les impide continuar en la educación formal. Además, la mayor parte de ellas debe cuidar a familiares. El proyecto ayuda a que no pierdan el nivel educativo, a la espera del momento en que puedan regresar a la escuela. Uno de los mayores deseos de Grace es continuar con su educación y, aunque es muy joven, piensa que muchos de sus sueños no se van a realizar, pero lucha porque se cumplan las ilusiones de otras mujeres.

El encuentro con Eulogia, Celia y Grace, y con muchas otras luchadoras, nos cambia la mirada, nos pone en la piel de estas mujeres que construyen futuro. Nos hace entender que patriarcado es sinónimo de subdesarrollo y pobreza, que no se puede prescindir de media humanidad y que la igualdad de género es esencial para alcanzar el desarrollo de las personas y los pueblos. Para lograrla es imprescindible abordar las causas estructurales de las discriminaciones y garantizar el cumplimiento de los derechos de las mujeres.

Los desafíos para conseguir el pleno ejercicio de los derechos humanos de las mujeres continúan siendo enormes. Ellas constituyen el 70% de las personas que viven en extrema pobreza en el mundo. A pesar de que realizan dos terceras partes del trabajo a nivel mundial, solo reciben el 10% de los ingresos. Una de cada tres ha sufrido violencia física, sexual o psicológica y, cada día, 800 mujeres mueren por causas prevenibles durante el embarazo y el parto.

El encuentro con mujeres que construyen futuro nos ayuda a revisarnos y recomponernos como hombres y mujeres, a descubrir la huella del patriarcado y la desigualdad también en nosotras mismas, a repensar nuestras masculinidades y participar en la construcción de otro futuro, de nuestro futuro.