La pandemia ha puesto de evidencia un mantra que los agentes implicados en la cooperación al desarrollo llevan años repitiendo: la interdependencia de todos los seres humanos del planeta. En este mundo globalizado, vivimos más cerca que nunca los unos de los otros, compartimos más aspectos de nuestras vidas, nos afecta cada vez más lo que ocurre a miles de kilómetros y se hace más evidente nuestra dependencia mutua.

Pero dicha dependencia apela directamente a la responsabilidad individual y colectiva frente a la falta de cohesión de un mundo lleno de injusticias. Es ahí donde surge la conciencia de ciudadanía global que pretende promover la educación para el desarrollo. La clave reside en poner el foco en la necesidad de interconectar la dimensión personal y social, lo micro y lo macro, lo local con lo global.

La educación para el desarrollo y la ciudadanía global tiene sus orígenes en las primeras acciones de sensibilización vinculadas a la cooperación internacional, hace algo más de cuatro décadas.

Es un fenómeno en evolución cuyos marcos teóricos, herramientas y actores han ido transformándose, en paralelo a la evolución del discurso sobre el desarrollo, desde un enfoque caritativo asistencial hasta el citado concepto de ciudadanía global.

Hoy en día, la educación para el desarrollo y la ciudadanía global es un componente fundamental de las políticas y las estrategias de los diversos actores que integran el sistema internacional de cooperación al desarrollo, sean o no gubernamentales. Lo es desde que quedó de manifiesto, tras años de experiencia, que es imposible acometer acciones que propicien el avance y la mejora de las condiciones de vida de los pueblos sin atender al desarrollo global, para garantizar la consolidación y sostenibilidad de dichas actuaciones.

Por ejemplo, la Diputación de Zaragoza es la única Administración pública aragonesa que dedica el 0,7% de su presupuesto a ayuda oficial al desarrollo, al margen del Ayuntamiento de Jaca. Lo lleva haciendo desde el año 2018, y siempre destina un 15% de esta partida a acciones de educación y sensibilización social, como recomiendan los organismos internacionales.

La educación para el desarrollo y la ciudadanía global es un proceso educativo y participativo en el que los diversos actores implicados aprenden de la experiencia compartida. Su objetivo es construir una sociedad civil comprometida con la solidaridad, desde la corresponsabilidad y la participación ciudadana. Por tanto, afronta críticamente el fenómeno de la globalización en términos de justicia y equidad y promueve la acción ciudadana frente a las dinámicas globales generadoras de pobreza y desigualdad.

Esa concepción de la educación para el desarrollo implica a toda la ciudadanía y aspira a convertir a cada persona en protagonista del proceso de transformación hacia una sociedad más justa.