Naciones Unidas vaticinó, a finales del año pasado, que 2021 sería desolador y oscuro para muchas poblaciones debido a las consecuencias de la pandemia, unidas a los efectos del cambio climático y los conflictos, aumentándose la demanda de las emergencias sanitarias. Si aludimos a la ayuda humanitaria, vivimos la peor crisis internacional desde 1945.

La oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios ha calculado que 235 millones de personas necesitarán de este recurso, un 40% más que el año predecesor. Si aglutinásemos a esas personas en un nuevo país, constituirían la quinta nación más grande del mundo; una situación límite, tanto por los retos de financiación como por las crecientes dificultades para organizaciones y trabajadores humanitarios. A los desafíos a los que ya hacíamos frente, se ha añadido el covid-19, una amenaza inconcebible hasta hace nada, y que está impactando firmemente en las poblaciones más vulnerables, así como en nuestros cooperantes.

Hay que aprovechar este tiempo convulso para mejorar la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo, algo más que relevante, pero que solo será posible con el apoyo decidido a la labor de los cooperantes. Al fin y al cabo, hablamos de esfuerzos para un bien común, de hacer bien el bien.

Al hablar de cooperantes ya no solo se habla de voluntarios; se intuye, al menos, la tecnificación. Pero hay un gran desconocimiento de esta figura del tercer sector. El romanticismo en torno a este mundo y la vocación de aquellos que lo hacemos posible es más que plausible. Y sí, acercarte a las diferentes realidades te hermana. Sin embargo, no se da valor al arduo trabajo y el esfuerzo que hay detrás, a los escollos formales y/o sutiles a los que nos enfrentamos, a los años de formación y capacitaciones para configurar la profesionalización del cooperante ni a los equilibrios circenses que a veces tenemos que manejar para poder conseguir determinados objetivos.

Generalmente, quien se dedica a esto tiene una licenciatura, diplomatura o grado, un par de másteres, cursos complementarios en competencias variopintas y habla dos, tres o cuatro idiomas; sí, muy complejo para un currículo al uso. Porque no, África, el continente, ya no quiere que le enseñen a pescar, y nosotros ya no queremos seguir perpetuando inercias coloniales. Se estila la horizontalidad y la generación de sinergias, aunque la realidad es que el norte global sigue teniendo la última palabra.

El perfil de cooperante español es mujer, mayor de 35, de Madrid y destinada en África, según un estudio de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) del 2019, con un total de 2.808 españolas trabajando en proyectos de desarrollo y ayuda humanitaria en 96 países. El 42% lo constituye personal religioso, el segundo grupo (32%) trabaja bajo la coordinación de las oenegés, el 17% para organismos internacionales y el 6% para la AECID. Esta diversidad de organizaciones conforma también una amplia disparidad en contratos y prestaciones, y la ausencia de ciertos beneficios provoca la pérdida de capital humano para la profesión o que la labor se reduzca a jóvenes sin familia.