La ciudadanía está concienciada con la crisis ecológica y su vinculación con el consumo, pero una gran parte de los alimentos aún se comercializan en envases de plástico o que contienen este material. La alimentación está plastificada. Más allá de sus graves impactos ambientales, existen numerosas evidencias científicas que desaconsejan su uso alimentario.

Varios estudios han detectado en organismos humanos sustancias vinculadas a los plásticos. En el 2019, Rezero impulsó, en colaboración con el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas, coordinado por el doctor Miquel Porta, el estudio de la orina de 20 personas referentes en el mundo de la ciencia, la cultura y los medios de comunicación. Se analizaron las concentraciones de quince metabolitos de ftalatos y doce fenoles presentes en envases alimentarios. En todas las muestras había un mínimo de 20 compuestos de los 27 analizados, quince ftalatos y cinco de los doce fenoles. Después, este estudio se amplió a Europa.

Los ftalatos son sustancias químicas artificiales que se utilizan para incrementar la flexibilidad y elasticidad de los plásticos y para fijar fragancias en algunos productos. Los encontramos en muchos productos de uso cotidiano, como juguetes, cables, pegamentos, tintas, tejidos, productos de limpieza, cosméticos, ambientadores y barnices. Y también en envases de alimentos.

Por su parte, fenoles como los parabenos, los bisfenoles, el oxibenceno o el triclosán, se utilizan para dar forma y resistencia a los plásticos. Se encuentran en multitud de envases alimenticios (botellas de plástico, recipientes de precocinados, fiambreras, etc.). También se usan en la elaboración de resinas epoxi que recubren el interior de latas de conservas, y en otros productos como cosméticos, detergentes, textiles o material escolar.

Tanto ftalatos como fenoles afectan a la salud. Se han relacionado con alteraciones en el sistema endocrino, problemas de infertilidad, alergias, obesidad, afectaciones en el peso de los bebés, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cánceres. En concreto, el bisfenol A (BPA) ya se prohibió en el 2011 para fabricar biberones, y después en envases de alimentos para menores de tres años y en los tiques de compra. Ahora, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha propuesto una drástica rebaja del valor máximo de ingesta diaria tolerable de esta sustancia, lo que empuja hacia su prohibición en cualquier envase alimenticio.

La versión de la ley de residuos aprobada en el Congreso establecía que a partir del 1 de enero del 2023 ya no podría utilizarse el bisfenol A en envases. Durante su paso por el Senado, sin embargo, una enmienda del PP ha recibido el apoyo de PSOE, echando atrás la prohibición de cualquier tóxico presente en los envases. La reacción de médicos, científicos y organizaciones sociales, como la campaña impulsada por Rezero, no se ha hecho esperar. Sin embargo, solo 30 senadores votaron a favor de prohibir los tóxicos en los envases alimentarios, y 229 en contra.