Construir un significante suele ser un proceso más simple que definir su significado. La palabra mena es un acrónimo que resulta de unir las iniciales de menor extranjero no acompañado. Hasta hace pocos años, el significado de esta palabra estaba delimitado a los niños, niñas y adolescentes que migran solos a España. La relevancia de esta población se sustenta en su especial vulnerabilidad. Por tanto, y de acuerdo con el marco jurídico nacional e internacional, el Estado tiene la obligación de proporcionarle protección social, jurídica y administrativa.

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No obstante, la entrada en la arena política de partidos nacional-populistas, así como sus altavoces mediáticos, supuso un cambio drástico en su significado. Estas voces focalizan su atención e incentivan el odio hacia los enemigos internos y externos, casi siempre construidos, para reafirmar y defender su propia identidad. El conjunto de enemigos internos está integrado, entre otros, por nacionalistas vascos y catalanes, ecologistas, grupos LGTBIQ+, feministas y, por supuesto, los menores que migran solos.

De este modo, en los últimos años, el significado de mena se ha contagiado de acepciones peyorativas, a veces inhumanas. La contaminación del significante ha sido fruto de una estrategia política agnotológica, es decir, del estudio de los actos deliberados para sembrar la confusión y el engaño. En ese objetivo de inventar, confundir y odiar a un enemigo interno, este tipo de partidos –y algunos medios de comunicación afines- ha vinculado el acrónimo con adolescentes de origen arabo-musulmán, concretamente marroquíes.

Vincular una sigla a una sola variable sociodemográfica es atribuible tanto a la ignorancia como a la inmoral intencionalidad. Este tipo de partidos políticos y de medios han mostrado su solvencia en ambas características. Pero hay algo más grave aún que la asimilación demográfica del acrónimo: acusar a estos adolescentes de delincuentes, violadores y abusadores de los servicios sociales.

Sin embargo, la realidad es compleja y supera los deseos de reducirla y simplificarla. Según el Registro Central de Extranjeros, en el 2021 vinieron a España 9.246 menas, de los cuales la mitad era marroquí. ¿La otra mitad? De 100 nacionalidades diferentes. Entre ellos, el año pasado vinieron seis menores ucranianos no acompañados y, en lo que llevamos del 2022, el Ministerio del Interior había reportado, hasta abril, a 2.045 menores de esa nacionalidad.

El espectacular incremento de los menas ucranianos se debe a la invasión rusa, así como la constante llegada de otros menores solos se debe a la pobreza y a la búsqueda de un futuro mejor para ellos y sus familias.

África no le interesa a nadie

Hace unos días, hablé con un compañero misionero aragonés que trabaja en Pemba, en la costa norte de Mozambique, desde hace ocho años. Está de visita en Zaragoza para descansar y recuperarse de dos dolencias: las secuelas del covid y el impacto psicológico de la guerra. Me dijo que, una vez en España, observa que todo el interés mediático está centrado en los conflictos de Europa, en el precio de la energía y en las frivolidades de la política nacional.

Me contó de las embestidas terroristas de las células yihadistas en los colegios y proyectos educativos que acompaña la misión. Me contó de la existencia de miles de desplazados internos y de todo el drama humanitario. Me habló de lo complicado que resulta construir un edificio escolar, y lo fácil que se derriba con un artefacto explosivo.

Relatando la gravedad de la situación, entrelazando atrocidades y sintiendo la dificultad de transmitir la dramática y dolorosa situación, finalizó anticipadamente su relato con un lamento: «En fin, África no le interesa a nadie».


El título de este artículo puede resultar chocante porque integra dos conjuntos de imágenes que hasta ahora se veían distanciados. Las imágenes mentales que evoca el acrónimo contrarían nuestras representaciones de los menores ucranianos: una población infanto-juvenil de piel blanca y cabello rubio que viaja desde el este en coche o autobús, con mochilas, peluches y, a veces, hasta mascotas. Ellos son tan menas como los otros, los negros o trigueños, que viajan desde el sur con lo puesto, entre contenedores, remolques o pateras. Todos merecen respeto, atención y especial protección.