Los países más vulnerables del mundo están pagando más dinero a cambio de menos cantidad de alimentos que hace un año. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) muestra preocupación ante esta conclusión extraída de la última edición de su informe sobre las perspectivas alimentarias globales, que anuncia riesgos para la seguridad alimentaria, especialmente en el África subsahariana y los países en desarrollo importadores netos de alimentos.

«En vista del aumento de los precios de los insumos –agrícolas-, las preocupaciones suscitadas por las condiciones atmosféricas y el incremento de la incertidumbre del mercado como consecuencia de la guerra de Ucrania, las últimas previsiones de la FAO apuntan a la probabilidad de que se contraigan los mercados alimentarios y de que los costes de las importaciones de alimentos alcancen un nuevo récord», afirma Upali Galketi Aratchilage, economista de este organismo de la ONU y editor principal del informe.

Aumento de los precios

Los precios de varios productos básicos han registrado grandes subidas en el último año, mientras el más reciente índice de precios de los alimentos de la FAO se acerca a su máximo histórico. La cotización internacional del trigo subió por cuarto mes consecutivo, con un aumento del 5,6% en mayo (un 56,2% interanual) y apenas un 11% por debajo del récord alcanzado en marzo del 2008.

Los precios de otros víveres básicos, como los aceites vegetales, experimentaron una bajada del 3,5% en mayo, principalmente por la apatía de la demanda de importaciones ante los disparados costes de los últimos meses. Aun así, continúan muy por encima de su nivel de hace un año, multiplicándose hasta por 2,5.

Tras la invasión rusa de Ucrania, los precios mundiales de los cereales y del aceite vegetal batieron sus marcas históricas. En este contexto, la organización Transport and Environment (T&E), de la que la fundación aragonesa Ecodes forma parte, ha desarrollado el estudio Food not Fuel (en español, La comida no es combustible) para alertar sobre las consecuencias negativas del uso de cultivos alimentarios y piensos para la generación de biocombustibles.

Mientras los precios mundiales del trigo se disparan, Europa utiliza cada día el equivalente a 15 millones de barras de pan de 750 gramos, convertidas en etanol, para alimentar coches, no personas. Además, el viejo continente quema a diario más de 17.000 toneladas de aceite de girasol y colza como combustible, lo que daría para llenar 19 millones de botellas.

"El 18% de la producción mundial de aceite vegetal se destina al biodiésel, aunque casi toda esta producción es apta para consumo humano"

El estudio de T&E y Ecodes concluye que esta es una de las causas del incremento de los precios de estos productos y de su escasez en los supermercados occidentales, que está empujando a millones de personas en todo el mundo a la pobreza. Por ello, ambas entidades realizan un llamamiento a los gobiernos para que den prioridad a los alimentos frente a los combustibles y para que acaben de inmediato con el consumo de biocombustibles producidos a partir de cultivos alimentarios.

«El 18% de la producción mundial de aceite vegetal se destina al biodiésel, aunque casi toda esta producción es apta para consumo humano», señala Lucía Rúa, responsable de proyectos de Ecodes. Y añade que «en los últimos años, Europa ha dedicado a la combustión en coches y camiones el 58% del aceite de colza y el 9% del aceite de girasol que se consumen en la región», así como el 50% de palma y el 32% de soja. «Pero en tiempos de escasez es imprescindible primar los alimentos sobre los combustibles», apunta.

Ecodes denuncia que los gobiernos europeos han utilizado la Directiva de Energías Renovables para impulsar artificialmente la demanda de los biocombustibles procedentes de cultivos como combustibles verdes. «Eso significa que disponen de las herramientas necesarias para revertir la situación. Los legisladores deberían suprimir las ayudas para los biocombustibles de cultivos alimentarios de forma inmediata y contribuir a impedir una catástrofe alimentaria mundial creciente», concluye Rúa. Una postura que choca la de Estados Unidos, que está presionando a Europa para aumentar su producción.