Beatriz coge una tela entre sus manos y nos cuenta: “Esta se llama pozo de agua y, como todas las telas wax, tiene un significado”. La tela africana, que observamos con atención, se compone de círculos de varios colores y de un entramado de geometrías que simulan una red. “Cuando lanzas una piedra a un pozo, su impacto en el agua produce ondulaciones. Lo mismo ocurre con nuestras palabras y con nuestras acciones: todo tiene un efecto en nuestro entorno y en las personas que nos rodean”, sigue relatando Beatriz.

La mesa del comedor del Centro Turístico y Cultural Casamance, en el pueblo de Diakene Ouolof (Senegal), se ha convertido en un improvisado expositor de telas y de las historias que se tejen en torno a ellas. Es el primer sábado de septiembre, y con él, se ha dado comienzo al cuarto viaje a través de las telas y la tradición africana, organizado por la Asociación Cultural Ekol Senegal.

Beatriz, junto a Mariana, son las precursoras de esta iniciativa que, en lengua diola –la de la etnia mayoritaria de la región sur de Senegal, en la que nos encontramos-, significa semilla. Su propuesta consiste en ofrecer viajes temáticos, de una semana, desde una mirada consciente y transformadora, desde el arraigo y el respeto a la comunidad en la que se establecen. Apuestan por un compromiso social, destinando el 10% del coste del viaje a proyectos comunitarios como formación para las mujeres del pueblo, actividades culturales o dotación de infraestructuras, haciendo que todo a su alrededor vaya germinando.

Los beneficios obtenidos por el viaje se destinan íntegramente al sostenimiento de una ‘hija’ de Ekol Senegal: Emanai, taller de costura ecosocial en el pueblo de Oussouye. Cuando entramos por la puerta, Virgine, enfermera de profesión, y la responsable del taller, nos recibe con una sonrisa mientras cose uno de los bolsos que, posteriormente, expondrá en el espacio de venta.

Emanai –que en diola significa arroz- es una red que da empleo, ingresos estables y desarrollo profesional a un grupo de mujeres que, como Virgine, pueden ver mejoradas sus condiciones de vida. Es, precisamente, a partir de la recuperación y el reciclaje de los sacos de arroz de 50 kilos que se venden en los comercios locales con los que las mujeres confeccionan su línea de accesorios y complementos.

Cada venta implica un compromiso con la comunidad, ya que una parte del beneficio se destina a la compra de arroz. Para preservar las estructuras sociales, el encargado de distribuirlo entre las familias más necesitadas es el rey de Oussouye, que representaría una figura análoga a la del juez de paz. A fecha de hoy, la aportación de Emanai, esa malla tejedora de ecología y reciclaje, de seguridad alimentaria y de trabajo digno, alcanza ya los 3.000 kilos de arroz.

“Kassumay”, dicen las mujeres de Diakene Ouolof. “Kassumay bare”, contestamos al saludo local que, literalmente, significa “paz”. En esta ocasión, vamos a aprender técnicas textiles, como el chiu. Utilizando hilo para hacer nudos en camisetas blancas obtendremos formas redondeadas o moteadas al estilo ‘tie dye’. Mama, una de las mujeres, comparte con nosotras cómo consiguen la geometría de los fulares que, posteriormente, teñirán de diferentes colores para comercializarlos: con dobles que se van superponiendo y que acaban atando con cañas e hilos.

Mientras las camisetas y los fulares se secan, Fatou está calentando cera en una cazuela. En la mesa hay varios moldes de madera para hacer la estampación de nuestros paños. Empezamos la clase práctica de batik, una técnica que consiste en el teñido manual de las telas, aplicando capas de cera en las partes que no se quieren colorear. Palmeras, morteros, peces o casas serán los elementos centrales que hablarán del territorio en el que estamos, guardando su historia impresa en las telas que nos llevaremos a casa.

En este viaje, las mujeres de diferentes enclaves rurales del sur de Senegal y las mujeres de diferentes geografías de España hemos hilado nuestras historias en torno a las telas, dando puntadas a las inquietudes, hilvanando las vivencias compartidas, cosiendo las risas desordenadas, tiñendo las ganas de aprender y, como en la tela del pozo, las piedras que hemos lanzado al agua han ido creando ondas y transformando nuestras formas de hacer y de pensar, nuestras formas de ser y de estar. Y, también, nuestra manera de adentrarnos en el mundo, en este caso, a través del turismo, de la cultura, de la tradición y, cómo no, de la historia de las telas.