Autismo y violencia de género

Arancha Arroyo - Psicóloga del área de investigación de Autismo España

Hacer frente a todo tipo de violencia contra las mujeres en una necesidad urgente para toda la sociedad. Una lacra que afecta especialmente a las mujeres con autismo, que se encuentran en una situación de doble vulnerabilidad: por ser mujeres y por presentar la condición.

Los datos resultan inequívocos: las mujeres autistas son más vulnerables a sufrir violencia de género y suelen encontrarse con barreras para acceder a la justicia o recibir el apoyo necesario. Pese a ello, las campañas de sensibilización apenas tienen en cuenta sus experiencias, y los servicios de atención a las víctimas de violencia tampoco suelen considerar sus necesidades específicas. Esta situación perpetúa su invisibilidad y las expone aún más a situaciones de riesgo.

Con frecuencia, el autismo en las mujeres se diagnostica tarde o erróneamente, privándolas así de sistemas de apoyo fundamentales, lo que afecta negativamente a su identidad, autoestima y bienestar emocional y psicológico. Estos problemas pueden incrementar su vulnerabilidad. Muchas tienen dificultades para interpretar las intenciones de los demás e identificar los comportamientos abusivos, o les resulta difícil expresar sus necesidades y vivencias.

Los profesionales de atención a víctimas carecen a menudo de formación en autismo, y muchos servicios no disponen de las adaptaciones sensoriales y cognitivas que necesitan las mujeres autistas. Esta carencia fomenta un círculo vicioso: sus necesidades quedan insatisfechas y pierden la confianza en un sistema que parece ciego ante su realidad.

El estudio que hemos realizado en Autismo España sobre cómo afecta la violencia contra las mujeres y niñas con autismo identifica varias barreras en la red de servicios que atienden a las víctimas de violencia de género, como el desconocimiento sobre la condición, la existencia de procedimientos de denuncia poco accesibles y la falta de protocolos o recursos específicos especializados para atender a sus necesidades. Peor aún, estas mujeres se enfrentan con frecuencia a la revictimización, al tener que contar sus experiencias traumáticas varias veces a profesionales escépticos o sin formación.

Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, las campañas de prevención deben incluir explícitamente a las mujeres autistas. Los profesionales necesitan formación especializada para reconocer sus necesidades, incluso en ausencia de un diagnóstico. Los servicios deben ser accesibles desde el punto de vista cognitivo y sensorial y, lo que es más importante, debemos escuchar a las propias mujeres autistas.

Todas las mujeres merecen vivir sin miedo. Reconocer los retos a los que se enfrentan las mujeres con autismo no es solo un imperativo moral, es una obligación social. Hagamos visibles sus historias, démosles voz y comprometámonos con una lucha contra la violencia de género verdaderamente inclusiva.

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