Es urgente

CRISTINA POVEDA

El territorio palestino ocupado ilegalmente por Israel se conforma de la franja de Gaza y Cisjordania, incluido Jerusalén Este. La terrible masacre en Gaza en los últimos 17 meses ha marcado un punto de inflexión en Oriente Medio y en la historia de desarraigo y dolor de la población palestina. Y nos ha obligado a replantearnos como sociedad nuestro rol en la defensa de la humanidad.

El alto el fuego en Gaza no ha significado el final de la violencia. Muy lejos de ello, mientras en Gaza la población era asesinada, en Cisjordania el ejército israelí avanzaba con una estrategia militar de desarraigo, violencia y, una vez más, desplazamiento forzoso.

Las fuerzas israelíes comenzaron sus intervenciones militares a gran escala en la Cisjordania ocupada a mediados de 2023. Desde entonces, miles de familias han sido desplazadas forzosamente. Las incursiones han hecho inhabitables los campamentos de refugiados del norte, atrapando a los residentes en desplazamientos cíclicos.

Estos son el resultado de un entorno cada vez más peligroso y coercitivo. El uso de ataques aéreos, excavadoras blindadas, detonaciones controladas y armamento avanzado por parte de Israel se ha convertido en algo habitual, una consecuencia de la gran ofensiva militar sobre Gaza. Estos enfoques militarizados son incoherentes con el contexto de aplicación de la ley en la Cisjordania ocupada, donde se han producido al menos 38 ataques aéreos solo en 2025.

Más de 50 palestinos y palestinas, incluidos niños, han sido asesinados desde que comenzó la operación de las fuerzas israelíes, hace seis semanas. La destrucción de infraestructuras públicas y carreteras y las restricciones de acceso son habituales. La vida de las personas ha dado un vuelco, lo que ha traído de vuelta traumas y ha reforzado el sentido de la pérdida constante.

El objetivo es el norte de Cisjordania. Todo comenzó en el campamento de refugiados de Jenín, pero las intervenciones militares israelíes se han extendido a los de Tulkarm, Nur Shams, El Far’a y Tubas. El resultado: más 40.000 personas se han visto obligadas a huir de sus hogares. Otra vez, el miedo, la incertidumbre y el dolor vuelven a instaurarse en sus vidas, si alguna vez se fueron.

Los campamentos afectados están en ruinas. El de Jenín permanece vacío, evocando recuerdos de la segunda intifada. Más de 5.000 niños que normalmente asisten a las escuelas de UNRWA se han visto privados de educación. Los pacientes no pueden acceder a la atención sanitaria, y las familias se quedan sin agua, electricidad y otros servicios básicos.

UNRWA ha puesto en marcha un plan de emergencia, rastreando a las personas desplazadas para continuar proporcionándoles alimentos, atención médica y artículos básicos frente al frío, que tanto necesitan.

Cuidado, nuestra mirada no puede desviarse. Cisjordania se está convirtiendo en un campo de batalla. Y los palestinos civiles son quienes más sufren, una vez más.

Esto debe terminar. Hemos de ser conscientes de la práctica del sentido de humanidad. Es urgente.

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