Lugares de memoria de la intolerancia en Aragón

Francisco Javier Ramón Solans

Pensar el pasado intolerante resulta incómodo y no suele ser una prioridad dentro de las políticas públicas. Además, cuando este pasado es evocado, no sirve para promover la reparación ni para superar las diferencias y elaborar una memoria pública que integre a las distintas confesiones en pie de igualdad. Es más, con frecuencia, algunos aprovechan este pasado violento para tratar de reavivar conflictos y alimentar nuevos discursos de odio religioso, presentando al otro como fanático, violento o peligroso para la comunidad nacional.

El recuerdo de la brutal ejecución de Miguel Servet en Ginebra en 1553 constituye un buen ejemplo de las tensiones que suscita este pasado. Caído durante mucho tiempo en el olvido, su figura fue reivindicada en la segunda mitad del siglo XIX como un mártir de la intolerancia religiosa. Sin embargo, en el 350 aniversario de su muerte, la erección en Ginebra de un monumento en su honor generó una gran controversia, ya que su ejecución era una mancha en el historial de uno de los héroes nacionales suizos, Calvino. Al final, se optaría por un discreto monolito en el que se condenaba de manera genérica, como un error que fue el de su siglo. 

Otros no tuvieron tanta suerte. No hay una placa para aquellas doce personas quemadas vivas, acusadas de sodomía por la Inquisición, en la Plaza del Mercado de Zaragoza, en 1572. Tampoco hay nada en recuerdo del testigo de Jehová Antonio Gargallo, fusilado por negarse a empuñar las armas durante la Guerra civil, o del brutal auto de fe que sufrió Orosia Moreno, y cuya visión conmocionó a un Goya adolescente.

En ocasiones, aunque se conmemoran como mártires dentro de sus iglesias, como las víctimas del anticlericalismo en Barbastro, su recuerdo público sigue siendo incompleto e insuficiente. Por ello, Los lugares de memoria de la intolerancia en Aragón (https://toleraiph.unizar.es) pretende identificarlos en un mapa virtual, insertar estos episodios de violencia en nuestro espacio cotidiano, para dar un nuevo significado a nuestro entorno y proponernos una reflexión sobre lo allí ocurrido.

La exposición homónima, que se puede ver hasta el 15 de julio en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, propone un recorrido por las páginas más oscuras de la historia de Aragón, por aquellos momentos en los que las creencias religiosas alimentaron el fuego de la intolerancia y sirvieron para justificar la violencia en cualquiera de sus formas contra el ‘otro’. Con esto no se busca ni relativizar ni equiparar a las distintas víctimas de la violencia religiosa, sino advertir de los peligros de la retórica de los discursos de odio, así como mostrar la similitud de los argumentos utilizados para legitimar la exclusión y la violencia. Este proyecto busca desterrar lugares comunes y visiones esencialistas para mostrar que las religiones no son ni tolerantes ni intolerantes, sino que son las gentes que las encarnan las que las pueden convertir en instrumento de odio o de convivencia.

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