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Asha Ismail Hussein: "La mutilación genital robó parte de mi infancia y su huella nunca desaparece"

Hace unos días recibió en Zaragoza el Premio Ébano de la oenegé afroaragonesa Sawa O Pagnya por su activismo.

Hace unos días recibió en Zaragoza el Premio Ébano de la oenegé afroaragonesa Sawa O Pagnya por su activismo. / Servicio Especial

Su lucha contra la mutilación genital femenina, ¿tiene algo de personal?

Sí, yo misma fui sometida a la mutilación genital femenina cuando era niña, al igual que muchas mujeres de mi familia y de mi comunidad. Haber vivido en primera persona esta práctica marcó mi vida de manera irreversible y fue una de las razones por las que decidí dedicarme a combatirla. Mi historia no es un caso aislado: miles de niñas siguen viviendo lo mismo hoy en día, y eso es lo que me impulsa a seguir luchando.

¿Qué recuerda de aquel día?

Los recuerdos de aquel día siguen muy presentes en mi memoria: el miedo, la confusión y el dolor físico, pero, sobre todo, la sensación de traición. Era pequeña, no entendía lo que estaba ocurriendo ni por qué las personas que amaba y en quienes confiaba permitían que me hicieran daño. Los días posteriores estuvieron llenos de sufrimiento físico, silencios y preguntas sin respuesta. Esa experiencia robó parte de mi infancia y dejó una huella que nunca desaparece.

¿Qué secuelas deja?

Son múltiples y profundas. En el plano físico, pueden incluir dolor crónico, infecciones, problemas en el parto, infertilidad e incluso riesgo de muerte. En el plano emocional, deja cicatrices invisibles: trauma, ansiedad, depresión, pérdida de autoestima y una relación complicada con el propio cuerpo y la sexualidad. Para muchas mujeres, como fue mi caso, el impacto psicológico dura toda la vida. A menudo sentimos que nos han arrebatado algo esencial, y aprender a reconciliarnos con nuestro cuerpo se convierte en un proceso largo y doloroso.

¿Llegó a perdonar?

Durante muchos años no lo entendí. Sentía rabia, dolor y una profunda incomprensión. Con el tiempo, sin embargo, comprendí que mis familiares también eran víctimas de un sistema que les había enseñado que esa práctica era necesaria, honorable e incluso beneficiosa. No lo hicieron por crueldad, sino porque así lo dictaba la tradición y la presión social. Esa comprensión no justifica el daño, pero me permitió sanar y liberar el rencor. Hoy puedo decir que he perdonado, aunque nunca olvidaré.

¿Por qué se practica?

En mi comunidad era —y en muchos casos sigue siendo- una tradición profundamente arraigada. Se practica porque se considera un requisito para que una niña sea aceptada socialmente, para que se ‘convierta en mujer’ o pueda casarse. También es un mecanismo de control sobre el cuerpo y la sexualidad femenina. Detrás de esta práctica hay siglos de desigualdad de género, patriarcado y mitos culturales que perpetúan la idea de que el cuerpo de la mujer debe ser modificado para cumplir con expectativas sociales.

¿Ha conseguido cortar con esa tradición en su familia?

Tanto mujeres de generaciones anteriores como de la mía fueron sometidas a esta práctica, aunque cada vez hay más familias que se atreven a decir no. En mi caso, tomé una decisión muy clara el día que nació mi hija: ella no pasaría por lo mismo que yo. Ese momento marcó un antes y un después en mi vida, y fue ahí donde comenzó realmente mi activismo. Desde entonces, he dedicado mi vida a romper con esa cadena de dolor y a asegurarme de que ninguna niña cercana a mí viva esa experiencia. Empecé sensibilizando en mi propia comunidad, hablando con familias, desafiando el silencio y abriendo espacios de diálogo donde antes había tabú. Poco a poco, ese compromiso individual se transformó en un movimiento colectivo.

¿Lo entendió su familia?

Al principio no fue fácil. Muchos miembros de mi familia no entendían mi decisión y consideraban que estaba traicionando nuestras tradiciones. Con el tiempo, algunos comprendieron que mi lucha no era contra nuestra cultura, sino contra una práctica que causa dolor y sufrimiento. Hoy en día, varias personas de mi entorno apoyan activamente mi labor.

¿Cómo trabajan en su organización?

Nuestra misión es proteger y empoderar a niñas y mujeres, promoviendo un mundo en el que vivan libres de violencia, discriminación y prácticas nocivas. Trabajamos para erradicar la mutilación genital, el matrimonio infantil y cualquier forma de violencia de género. Desarrollamos proyectos de sensibilización, educación, prevención, atención psicosocial y apoyo legal, tanto en países africanos como en Europa, colaborando con comunidades migrantes.

¿Cómo se puede superar esta costumbre?

Es necesario un enfoque integral. Hay que educar a las comunidades, trabajar con líderes tradicionales y religiosos, docentes, profesionales sanitarios y jóvenes para que se conviertan en agentes de cambio. Hay que fortalecer las leyes y asegurar su cumplimiento y, sobre todo, empoderar a las niñas y mujeres para que conozcan y defiendan sus derechos. La transformación no ocurre de un día para otro, pero, con información, diálogo y alternativas culturales, se pueden cambiar mentalidades y poner fin a prácticas que perpetúan la violencia.

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