Somos personas sordas
Roberto Suárez
En pleno siglo XXI, todavía tenemos que seguir recordando que somos personas sordas, y que serlo no nos limita ni nos resta valor. Ser personas sordas forma parte de lo que somos, de nuestra identidad, de nuestra cultura y de nuestra lengua. Pero nunca debe ser excusa para negarnos derechos, para cerrarnos puertas o para mirarnos con condescendencia.
Somos estudiantes que sueñan con transformar el mundo. Somos jóvenes en programas Erasmus que demuestran que la diversidad viaja y enriquece. Somos artistas, deportistas, personal sanitario. Somos profesionales que aportamos, que construimos, que innovamos.
También somos familias que cuidan, que transmiten valores, que enseñan a los suyos a mirar la diferencia como un patrimonio común y los animan a superarse cada día. No somos una excepción ni una nota al pie: somos personas sordas. Y no, serlo no nos detiene.
Sin embargo, aún nos topamos con incomprensión, con prejuicios, con barreras. La ausencia de especialistas en lengua de signos e intérpretes en el aula; la precariedad de recursos en la sanidad; la invisibilidad en los medios de comunicación; las dificultades para acceder a un empleo digno… esas son las auténticas limitaciones. Y no, no provienen de nosotras. Provienen de un sistema que sigue sin entender que la igualdad no se construye con promesas, sino con medidas concretas, sostenidas y valientes.
Por eso decimos con firmeza: somos personas sordas. Y queremos respeto, no compasión. Queremos oportunidades, no excusas. Queremos futuro. Somos una comunidad fuerte y diversa. Una minoría lingüística que se apoya y crece unida. Una comunidad orgullosa, que no pide favores, sino justicia; que no reclama caridad, sino derechos. Y no, no permitiremos que se desperdicie nuestro talento.
Cada vez que se niega la accesibilidad, se pierde un médico que podría salvar vidas, una docente que podría inspirar a generaciones, una activista que podría abrir caminos, una artista que podría emocionar con su obra… ¿Qué sociedad queremos ser? ¿Una que tolera la desigualdad como si fuera inevitable, o una que actúa con decisión para erradicarla?
Somos personas sordas. Y no, no nos rendimos. Exigimos leyes que se apliquen con determinación, reclamamos políticas que transformen de verdad la vida de la gente y reivindicamos que la lengua de signos ocupe el lugar que le corresponde: el de una lengua plena, con la misma dignidad y presencia que cualquier otra.
Porque somos personas sordas. Ciudadanas y ciudadanos que dejamos huella. Y sí, merecemos ser escuchadas, reconocidas y valoradas. Y sí. Ese día llegará cuando quienes toman decisiones, quienes enseñan en las aulas, quienes informan en los medios y quienes diseñan nuestro mañana comprendan que la inclusión no es un gesto simbólico: es una obligación democrática. Llegará cuando la sociedad entienda que la diversidad suma, no resta. Llegará porque no vamos a dejar de luchar, de defender y de visibilizar quiénes somos.
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