Malditos por su color de piel
Los albinos viven discriminados en países africanos como Burundi. Debido a supersticiones ancestrales, tienen dificultades para acceder al empleo o a los servicios de salud y en casos extremos son asesinados para usar sus órganos en rituales

Shani Sadiki Ngutegure, junto a la activista Constance Katihabwa, en su viaje humanitario a Burundi del pasado agosto. / Servicio especial
«Ahora, en la capital –Buyumbura- ya se van viendo más personas albinas por la calle, pero, en las zonas rurales, la situación sigue siendo terrible». Shani Sadiki Ngutegure se refiere a los albinos en su país de origen, Burundi, uno de los colectivos más marginados y estigmatizados en algunos países de África, incluido el suyo. Su situación es «muy preocupante», incide, tanto por la violencia y la discriminación que sufren, como por lo que respecta a su acceso limitado a los derechos económicos, sociales y culturales.
Supersticiones ancestrales llevan a considerar el albinismo como un fenómeno sobrenatural en Burundi y otros países africanos, y a las personas nacidas bajo esta condición como dotadas de poderes, ya sea benéficos o maléficos, en función de las creencias locales. En los casos más extremos, sufren abandono infantil, secuestros, mutilaciones y matanzas, ya que existe el convencimiento de que determinadas partes del cuerpo de los albinos pueden atraer la riqueza y el poder hacia quien los posee, lo que alimenta un próspero mercado negro de tráfico de órganos.
«He conocido casos en los que les cortan las extremidades por encargo de curanderos», relata Ngutegure. «Es cierto que, hace unos años, esto ocurría con más frecuencia. Pero, poco a poco, el trabajo de información y sensibilización que realizan organizaciones como Live Together As a Family» (Vivir juntos como familia, en inglés) va calando en la población y desmontando esos mitos.
«Aunque sigue habiendo casos», continúa la presidenta de la Asociación Cultural y Humanitaria Shacoa, una oenegé fundada por la propia Shani hace poco más de un año en Zaragoza. «Recuerdo uno que ocurrió hace poco, en 2023. Un hombre condenado por matar a una persona albina para traficar con sus órganos secuestró a otro niño en la capital nada más salir de la cárcel para desmembrarlo y volver a comerciar».
Además de la violencia física, las personas albinas suelen ser excluidas socialmente. La falta de educación sobre el albinismo perpetúa los prejuicios, lo que aumenta el aislamiento social y la marginación. En muchos casos, también afrontan problemas de salud, ya que las personas con albinismo presentan mayor vulnerabilidad ante patologías dermatológicas como el cáncer de piel, debido a la falta de melanina, o tienen problemas de visión.
«El marido de una amiga es cocinero, pero nadie le da trabajo porque es albino», ejemplifica Shani Sadiki Ngutegure, que ya es tan burundesa como aragonesa, pues lleva media vida afincada en Zaragoza. Llegó como refugiada a España en 2001, y al año siguiente se casó con un aragonés, con quien ha formado una familia.
Los conflictos étnicos que azotaron Burundi entre 1993 y 1996 le habían impedido llegar a la universidad, pero en Aragón pudo rehacer su vida, y ahora trabaja como enfermera en el Servicio Aragonés de Salud. Sin embargo, nunca olvidó su país, ni a la golpeada comunidad albina burundesa.
«Tras colaborar con muchas organizaciones en la sombra, decidí fundar Shacoa. Nuestra misión es trabajar para mejorar la calidad de vida en comunidades africanas, promoviendo la igualdad, los derechos humanos y la inclusión a través del voluntariado y la cooperación».
La protección y promoción social de los albinos ha estado desde el primer día entre los objetivos de esta oenegé. De hecho, su primer proyecto, que todavía continúa desarrollándose, se llama Apadrina a la comunidad albina de Burundi.
Shacoa organiza campañas y actos benéficos para recaudar fondos y materiales en España con los que apoyar a las personas albinas en Burundi, mejorando su calidad de vida y su acceso a la salud y la educación y promoviendo su inclusión social. Canaliza esta ayuda a través de su contraparte local, la citada asociación Live Together As a Family, fundada y presidida por Constance Katihabwa, todo un referente mundial en la lucha contra la discriminación de este colectivo.
La última visita de Ngutegure a la comunidad albina de Burundi fue este pasado verano. Acompañada por Katihabwa, repartió la ayuda conseguida en los meses anteriores gracias al trabajo de Shacoa. Una labor que se complementa con actividades de sensibilización en tierras aragonesas, y con el apoyo a colectivos vulnerables, «sobre todo con amas de casa y mujeres que acaban de llegar y niños o niñas afrodescendientes, para evitar el fracaso escolar y el abandono de la educación en edades tempranas».

Ngutegure y Katihabwa entregan material escolar a una niña albina, en Burundi. / Servicio especial
Asociación Cultural y Humanitaria Shacoa
Una oenegé con solo un año de vida
Shani Sadiki Ngutegure constituyó de forma oficial la Asociación Cultural y Humanitaria Shacoa en junio de 2024, pero lleva trabajando a través de esta organización desde 2017, colaborando con otras asociaciones, plataformas y entidades de Aragón, Madrid y Barcelona. De hecho, Ngutegure participa activamente desde hace años en foros y encuentros sobre África, contra el racismo o a favor del empoderamiento de las mujeres migrantes. En estos foros, Shani se ha convertido en una auténtica embajadora de la cultura burundesa, pues el suyo sigue siendo un país bastante desconocido en España, con una comunidad de expatriados relativamente pequeña.
Shacoa es una oenegé modesta, que funciona a base de voluntariado y sin subvenciones. Todos sus proyectos salen adelante gracias a las aportaciones de donantes puntuales y socios particulares y corporativos. Las personas interesadas en colaborar económicamente o como voluntarias con la labor de esta asociación pueden informarse en su página web.
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