Cuando de defender la unidad patria se trata, José María Aznar no acepta equidistancias ni medias tintas. Por eso el Gobierno reclama al PSOE un frente común contra el plan soberanista del lendakari, Juan José Ibarretxe, incluso antes de que éste lo presente en septiembre. Porque, según el vicepresidente Mariano Rajoy, ante tamaño desafío las respuestas de PP y PSOE deben ser "iguales, no similares".

Lo que el pasado viernes, en boca de Rajoy, parecía una amable invitación al partido de José Luis Rodríguez Zapatero, ayer se transformó en una firme exigencia en labios del titular de Administraciones Públicas, Javier Arenas. Este alertó a Zapatero de que cometería un "error histórico" si se negara a apoyar al PP frente a la línea secesionista del PNV, aunque, condescendiente, no fijó "límite ni plazo" para que el PSOE acepte la oferta.

Pese a la vehemencia con que el Ejecutivo exige el respaldo incondicional del PSOE, algunos factores cuestionan, cuando no desmienten, la sinceridad de su propuesta. Por ejemplo, el hecho de que haya formulado su oferta sólo a través de la prensa. El pasado jueves, en una cita concertada para analizar la campaña veraniega de ETA, el secretario general de Presidencia, Javier Zarzalejos, y el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba constataron el rechazo de PP y PSOE al plan Ibarretxe, pero en ningún momento hablaron de coordinar estrategias. Fuentes gubernamentales apuntan, además, que Aznar no se plantea recibir a Zapatero para formalizar este ofrecimiento.

Minar la cohesión

El órdago del Gobierno se produce, por añadidura, después de que el presidente y sus ministros cargaran contra Zapatero por avalar la reforma del Estatuto que plantea el líder del PSC, Pasqual Maragall. Siempre que tiene ocasión, Aznar cuestiona el liderazgo de Zapatero y le acusa de estar minando la cohesión de España. La última vez, en el debate del estado de la nación.

¿Por qué entonces el PP pide ayuda al PSOE para abortar la supuesta ofensiva secesionista en el País Vasco? La respuesta hay que buscarla en los vientos preelectorales que soplan en toda España. A siete meses de las generales del 2004, el PP quiere centrar el debate político en el plan Ibarretxe y, por extensión, en la unidad de España. Un jugoso filón electoral en todo el país --salvo en Cataluña y Euskadi-- que el PP quiere explotar aprovechando la sintonía nacionalista de un sector del socialismo vasco y de buena parte del catalán.

Con su calculada oferta, el PP no tiene nada que perder y mucho que ganar en las urnas. Si el PSOE la acepta, el Gobierno capitalizará el cerco a Ibarretxe como ya lo ha hecho con las medidas antiterroristas, que ha anunciado primero para luego recabar el apoyo socialista dentro del pacto anti-ETA. Pero si la rechaza, el PP denunciará la tibieza de Zapatero frente al PNV.

No es de extrañar, pues, que el PSOE no perciba la invitación del Gobierno como una mano tendida, sino como el abrazo del oso. Escarmentado por la desleal patrimonialización que a su juicio ha hecho Aznar del pacto anti-ETA, Zapatero está decidido a reivindicar la autonomía del PSOE oponiéndose al plan Ibarretxe sin subordinar su estrategia a la del PP.

Juntos pero no revueltos

Así lo apuntó ayer Rodolfo Ares (PSE), quien juzgó "innecesario" el pacto con el PP y anunció que los socialistas vascos harán frente a Ibarretxe desde "su autonomía y la defensa de su alternativa". Agregó el presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que tal acuerdo debería respetar "la autonomía de las partes", sin que implicase "hacer lo que diga el Gobierno". Es decir, juntos pero no revueltos.