Los vitales brazos del coronel Simón Fiesta asían ayer con fuerza las manos de su pequeño nieto de cuatro años. "¿Quieres volar?", le preguntaba mientras daba vueltas sobre el propio eje de su cuerpo de noventa años con el muchacho suspendido en el aire.

Ayer, como cada año desde que en 1978 la Asociación de Aviadores de la República (Adar) eligiera Gandesa para erigir un monolito en homenaje a las víctimas de la guerra civil, la entidad convocó a pilotos, mecánicos y auxiliares del ejército republicano, de los que acudieron una veintena de supervivientes junto a un medio centenar de familiares. El colectivo realizó, con la colaboración del Ayuntamiento, una ofrenda floral al monumento, esta vez coincidiendo con la conmemoración del 70° aniversario de la batalla del Ebro.

Partida de Zaragoza

Óscar había aceptado acompañar ayer a Gandesa a su abuelo bajo la promesa de ver por primera vez el vuelo rasante de dos cazas F-18, que saldrían de la base de Zaragoza en homenaje a los viejos pilotos y mecánicos de las fuerzas aéreas republicanas. Al contrario que sus dos hermanitos, Óscar no se asustó con el estruendo de los cazas a su paso por la vertical del monumento. "¿Volverán a pasar?", preguntaba entusiasmado. Cuántos avances tecnológicos separan ese caza del preciado chato ruso, el Polikarpov I-15 con el que el sargento Simón se enfrentaba a los nacionales: "Nos comunicaban: aviones de Palma de Mallorca en vuelo, y nosotros ya sabíamos que venían los italianos, y los esperábamos a mayor altura, a 7.000 metros y con la cabina descubierta, para atacarlos", recuerda sobre su experiencia en la base de Cartagena. "Ni los alemanes ni los italianos arriesgaban lo más mínimo, vinieron a hacer prácticas, y solo atacaban si tenían un plan muy fácil", sostiene.

"Pilotar es más fácil que llevar un coche, me gustaba mucho, aunque tras la guerra dejé de hacerlo," afirma Simón. Le esperó un consejo de guerra con pena de muerte incluida, sustituida por 20 años de prisión, luego recortada y con destino al servicio militar.

Como un juego

En actos de homenaje como el de ayer en Gandesa, las emociones se asoman a través de las pupilas ya gastadas. Como las de Joaquín Tremosa, de 91 años. Él llegó a combatir en la batalla del Ebro. "Prefería 10 combates aéreos a un ametrallamiento, porque los primeros dependen de las características del aparato y de la destreza del piloto, pero en los ametrallamientos no veíamos el objetivo, solo montañas, ni sabíamos quién nos atacaba", recuerda.

Para Tremosa, la guerra fue un juego "hasta que dejó de serlo", dice, el mismo día que abatió a un piloto italiano que cayó en picado entre el humo. Llora sin pudor, 70 años después.