De un tiempo a esta parte, el PP valenciano todo lo hace a lo grande: los mítines en Mestalla a modo de ofrenda al líder, las arrolladoras victorias electorales, la selecta Copa América, el circuito urbano de fórmula 1... La ostentosa Valencia de Francisco Camps, tributaria a su pesar de la que a golpe de ladrillo y talonario soñó Eduardo Zaplana, recibe al visitante con la imponente estampa de su más flamante hotel, una mole de 29 plantas y 117 metros de altura. Pórtico de la arquitectura de acero y cristal que se yergue en el nuevo frente marítimo, carta de presentación de una comunidad que, liberada de sus viejos complejos provincianos, pisa fuerte y quiere que se sepa.

La huella de Santiago Calatrava se percibe por doquier en la antes llamada capital del Turia. En el remozado puerto, pero también en la faraónica Feria de Valencia, que este fin de semana acoge el 16° congreso del PP. Aunque su autor, el arquitecto José María Tomás, no lo pretendiera, el edificio constituye en sí mismo una metáfora del cónclave conservador: con estructuras, vigas y conducciones al descubierto, la monumental tramoya queda a la vista de todo el auditorio. Igual que en el congreso del PP, reconvertido en función de teatro aficionado que pretende escenificar una unidad renovada, pero sin telón alguno que oculte las reyertas que los actores libran entre bastidores.

Unidad... ¿en torno a qué?

No es frecuente que los políticos, profesionales de la impostura, se arranquen la máscara para mostrar su verdadera faz. Solo sucede en momentos de crisis internas como la del PP, que ayudan a conocer las miserias de los partidos. De ahí el interés del congreso de Valencia. Que, aunque algo desleído por la incomparecencia de un candidato alternativo al cuestionado Rajoy, brinda (y promete) emociones fuertes.

Lo único que une a los aquí reunidos son los deseos de unidad. Otra cosa es en torno a qué líder, a qué equipo y a qué proyecto hay que unirse, y por cuánto tiempo.

En forma de legado político, Ángel Acebes, todo franqueza, dejó ayer patente su rechazo a ese supuesto acercamiento a los nacionalismos periféricos que Mariano Rajoy, al galaico modo, sugiere pero que aún está lejos de concretar. Y José María Aznar, tan ovacionado a su llegada como la ausente --y al tiempo omnipresente-- María San Gil, exhibió con sus saludos tanto afecto hacia el secretario general saliente como desdén hacia Rajoy, su antiguo pupilo. Y esto no ha hecho más que empezar: atención al discurso que el expresidente pronunciará hoy ante el plenario. Cierto que no todo son resquemores: también proliferan las muestras de apoyo al líder, algunas de ellas sinceras y otras tapaderas de ambiciones cada vez menos secretas. Como la de la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, cuyo audaz "no me resigno", falso presagio de una candidatura alternativa con la que especuló en demasía, ha quedado pospuesto hasta mejor ocasión. Acaso el 2011. O la del valenciano Camps, que como valedor de Rajoy y anfitrión del cónclave se paseó por la Feria para exhibir su creciente peso en el partido.

Nostalgia inmobiliaria

Por orden de Camps, que confesó cumplir "un sueño de niño" al organizar este congreso, la Generalitat valenciana se volcó ayer con los medios de comunicación para demostrar su poderío. Hasta el punto de conducirlos por las obras del circuito urbano que este agosto, y hasta el 2014, albergará el Gran Premio de Europa de Fórmula 1. Un miembro de la comitiva, nostálgico del boom inmobiliario que ha catapultado al PP local, glosaba la magnitud del pelotazo: "Por cuatro días de ruido al año, los pisos que rodean el trazado aumentarán su precio en 40 o 50 millones". Hay cosas que nunca cambian. Tampoco en la Comunidad Valenciana.