Poco amigo de los aviones, y aún menos de los helicópteros tras aquel premonitorio conato de siniestro en compañía de Esperanza Aguirre, ayer Mariano Rajoy regresó en coche a Madrid, a tiempo para relajarse ante el televisor con el choque entre España e Italia en la Eurocopa. Para darse un respiro tras el ajetreado fin de semana en Valencia, el reelegido líder del PP aligeró la agenda del congreso y ni siquiera programó la tradicional reunión del nuevo comité ejecutivo. Tal vez necesitaba reponer fuerzas para afrontar la azarosa singladura que le espera hasta el próximo cónclave popular, que se celebrará allá por el 2011 si nada se tuerce antes.

No fue el de la clausura del congreso el mejor discurso de la carrera política de Rajoy. Las circunstancias tampoco acompañaban. Después de 100 días de asedio a la maltrecha fortaleza del marianismo, el líder se ha impuesto al ala dura --ahora rebautizada como sector crítico--, pero sin desarbolarla. Antes al contrario, le ha regalado algunos argumentos para seguir perseverando en la lucha y proclamar, como no hizo la izquierda durante los estertores del aznarismo, que "hay motivos" para la rebelión.

Motivo uno: la exclusión

Difícil diagnosticar si Rajoy ha represaliado a sus detractores al marginarlos en la dirección o si, por contra, estos se han autoexcluido para debilitar al líder y así afianzarse como oposición interna. Sea por revancha o por impericia, suya es la responsabilidad de no haber pergeñado una lista de integración, pues en sus manos tenía todos los resortes para dividir a los críticos con un hábil reparto de cargos. Y suya, también, será esa pesada carga, porque en adelante los descontentos se sentirán libres para airear sus reproches sin que nadie pueda desafiarlos a manifestar sus quejas en unos órganos de dirección de los que no forman parte. La batalla, pues, se traslada al papel impreso y a las ondas radiofónicas, donde el nuevo PP juega en desventaja ante la vieja guardia.

Motivos dos: las jugarretas

Es probable que, tras las encerronas que desde la derrota electoral del 9-M le han tendido sus compañeros, reclamar juego limpio al registrador de Pontevedra sea una demanda pueril. Aun así, en este congreso ha habido gestos del presidente y maniobras del aparato de dudosa calificación moral.

Nadie le puede negar a Rajoy la legitimidad para incluir a Alberto Ruiz-Gallardón en el núcleo duro del PP. Pero encumbrar al tapado de tapadillo, sin informar a los compromisarios, es una jugarreta poco elegante que solivianta con razón a los perdedores del congreso. Tanto o más que la enmienda a los estatutos que, con poca publicidad y ningún debate, convirtió a Rajoy en presidente al alimón que candidato a la Moncloa. Habrá que ver si, blindado como presidenciable, el líder vence la tentación de posponer el congreso del 2011 para conservar tal condición hasta las próximas generales.

Motivo tres: la ambigüedad

Del contraste de pareceres entre José María Aznar y su sucesor, queda claro que la disidencia no quiere que el renovado PP rompa el aislamiento esencialista al que le condenaron sus mayores. Al menos, hasta que gane las elecciones. Pero, ¿qué quiere en verdad Rajoy? Preservar los principios suavizando las formas, dicen los suyos. Esto es, mantener el recurso contra el Estatuto y la campaña contra la inmersión lingüística, pero tendiendo la mano a CiU. O anatematizar al PNV, pero sin citar sus siglas. Lo que sugiere una mera operación de imagen que, por ambigua, facilitará a los críticos la tarea de hurgar en sus contradicciones.

En La conquista del aire, novela llevada al cine con el título Las razones de mis amigos, Belén Gopegui expuso que, para salvar una amistad, es necesario ponerse en la piel del otro. Para unir al PP, Rajoy deberá tener cintura y entender las razones de sus enemigos.