El notario del horror

Exactamente el 3 de diciembre de 1970 se inició en Burgos el proceso contra dieciséis miembros de ETA acusados de tres asesinatos. Nueve fueron condenados a muerte. La sentencia provocó una reacción de repulsa contra el régimen de Franco que traspasó las fronteras de España. Al mismo tiempo, el proceso sirvió a ETA --en ese momento muy debilitada-- de banderín de enganche entre miles de jóvenes vascos que encontraban ahora una razón sólida para abrazar la lucha armada. Por cierto, ese mismo año nacía en Calatayud Rogelio Alonso. Periodista, profesor y escritor. A la sazón, uno de los mayores expertos europeos en terrorismo, que el pasado sábado recibió en San Sebastián el premio del Colectivo de Víctimas del Terrorismo en su novena edición. "Fue un acto lleno de emoción", resume.

No existe constancia de que una coincidencia de fechas condicione el futuro de un individuo. Aunque es cierto que con el tiempo el joven bilbilitano nacido el mismo año que se celebraba el proceso de Burgos, se convirtió en un conocedor profundo del mundo del terrorismo. "Siempre tuve curiosidad, pero en mis viajes de verano a Inglaterra descubrí lo que allí se hablaba del tema del IRA, y me fui interesando más seriamente". El siguiente paso fue la Universidad de Queen´s, en Belfast, donde empezó realizando un máster y acabó dando clases sobre política y el conflicto a jóvenes norirlandeses de los dos bandos. Al regresar a España se centró en el fenómeno de ETA: lo estudió, supo del sufrimiento y del horror, convivió con víctimas, conoció activistas, investigó la génesis del odio y hoy aguarda con esperanza que Dios esté, de verdad, en la última playa. "Pero no hay que alimentar falsas esperanzas, porque la última decisión la tienen que tomar ellos", reflexiona desde la Universidad Rey Juan Carlos, donde dirige el programa de Doctorado y el Máster en Análisis y Prevención del Terrorismo.

Cronología de ETA

Rogelio Alonso ha escrito Vidas rotas. Historia de los hombres mujeres y niños víctimas de ETA, junto a Florencio Domínguez y Marcos García Rey. Un libro grueso que en su interior toma la forma de vademécum del horror etarra: recoge los nombres, el cómo y el cuándo murieron cada una de las 857 víctimas del terrorismo nacionalista vasco. Por cierto, desde el pasado 16 de marzo falta un nombre en el glosario: el del gendarme Jean Serge Nerin (asesinado cuando el libro ya estaba publicado). Hay un aspecto distintivo en este trabajo sobre otros muchos que se han desarrollado a lo largo de los años: aquí se descubren también los nombres y los apellidos de quienes apretaron el gatillo. "En el libro hemos intentado devolverles a las víctimas su identidad. Cuando a una persona se le roba su libertad, lo primero que debe recuperar es su identidad para recuperar también su dignidad".

Alonso habla con seguridad no desapasionada de una realidad, la de las víctimas y sus familias, oscurecida siempre, especialmente durante los duros años de plomo (casi un centenar de víctimas en 1980). "Hay detalles estremecedores, como los muchos niños que han presenciado la muerte de su padre". Cierto, cada página, incluso cada párrafo, desgasta la sensibilidad de quien a ellas se asoma y hace difícil sujetar la emoción. "Al sumergirse en las semblanzas de todas estas víctimas era inevitable sentir emociones muy intensas, pues es un libro triste, pero creemos que necesario". Cierto, y así una frase de Maite Pagazaurtundua relata mejor que mil crónicas el tesoro de este libro: "Estamos ante un monumento, un monumento a las víctimas hecho con palabras". Para quien desee conocer sus historias, aquí están todos: 857 personas con nombres y apellidos.