Para haber sido toda la vida una chica matrícula de honor (desde la EGB a la carrera de Farmacia), exigente, severa y religiosa, Yolanda Barcina acaba de suspender en una asignatura básica en la vida: la ética. La todavía presidenta del Gobierno de Navarra acaba de verse obligada a devolver unas dietas secretas que han emergido del tsunami de un fango político-financiero que engulló a la Caja Navarra (CAN), una de las más profundas raíces de Navarra (las otras son los fueros, la Diputación y Osasuna). El escándalo se aviva curiosamente cuando Unión del Pueblo Navarro (UPN) desempata si ella debe seguir liderando el partido.

Barcina se aferra al timón en el ojo del huracán CAN y aunque componga gesto severo, no puede disimular que todo su barco está a punto de desgajarse. Malos tiempos para que suene la música de La Pamplonesa, la banda municipal que durante 12 sanfermines marcó el paso de la carismática alcaldesa de la ciudad. Su estilo de gobernar desató "amor total u odio visceral".

Protectora de un oso

El dibujante César Oroz es el mejor notario de la trayectoria de Yolanda Barcina, según miles de pamploneses. Sus tiras en la contraportada del Diario de Navarra ayudan a entender el proceder de una política que "en 18 años ha pasado de ser la simpática catedrática que protegía a Camille, el último oso del Roncal, a la señora que ha recortado el bienestar y ha acabado enfrentándose a parte de su partido", resume el autor de las viñetas. Una de las últimas resume en cuatro instantes el devenir histórico de Navarra: de Reyno a Chiringuito. Del rey Sancho con maza y escudo a Miguel Sanz y Yolanda Barcina bajo la sombrilla invisible de la comunidad foral.

De excelentísima presidenta a no se sabe aún qué.

El apellido Barcina comparte sonoridad con el de Bárcenas y raíz silábica. Bar, al bar, al bar, lugar de encuentro y conspiración con cervezas (o mejor pacharanes). Tras rebobinar la grabación donde anunciaba medidas para apartar de la política a "todos de los que abusasen del cargo en beneficio propio", un fiscal redicho le exigiría a doña Barcina que definiese qué entiende por corrupción. En boca de esos sacerdotes a los que tanto venera, que reconozca que no está libre de pecado.

Corrupción: "En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico de otra índole, de sus gestores", advierte la cuarta acepción de este vocablo en el diccionario. Corruptible: "Que puede corromperse". Entre Barcina (al menos 68.000 euros en Pamplona) y Bárcenas (38 millones en Ginebra) hay un inmenso trecho de dinero, lo que no la exime de estar atrapada en el siniestro concepto. Corruptible, corrompida, corruptiva, corrupta... Tiren de diccionario y elijan el más apropiado para una política que aceptó participar de un ente invisible que, junto con otros políticos de UPN y PSN, le permitía embolsarse dietas dobles por reuniones que se celebraban el mismo día para ahorrar tiempo y ganar pasta. Optimización del trabajo. Esos otros, el anterior presidente navarro Miguel Sanz y el alcalde de Pamplona, Enrique Maya. Además se ha sabido esta semana que cobraron dietas (secretas) de una empresa de transportes.

Unos incrementos de la nómina que hasta ahora permanecían en una casilla oculta, el mismo adjetivo que puso a la finca que poseía en la bahía de Santander con su exmarido, el arquitecto Pucho Vallejo. La Casa Oculta precipitó la separación entre ambos porque al desgastado cónyuge se le ocurrió ponerla en venta en un programa de Antena 3 Televisión. La casa oculta decorada con mobiliario de la antigua sede de la CAN, siempre la CAN. La cosa oculta: dijo que pagó los muebles sin precisar el cómo ni el cuándo.

Hija única de un empresario castellano que ahorró mucho con la explotación de una granja de gallinas ponedoras y de una maestra vizcaína que habla euskera desde la cuna, Yolanda Barcina nació en Burgos (1960) y creció en Portugalete de los 3 a los 18 años. "Siempre ha sido muy estudiosa, de matrículas de honor", explica una amiga de la adolescencia que le siguió la pista en la facultad de Farmacia en la Universidad de Navarra. Pamplona, la ciudad que ya no abandonó salvo para completar en París un máster en bromatalogía (estudio de los alimentos).

A Pucho, su marido, lo conoció un verano en Laredo (Cantabria), feudo del pijerío bilbaíno, y eso que, como ella, estudiaba con el Opus Dei. Se casaron en Neguri, tan aristocrática como vizcaína. Los invitados al enlace lucieron "pamela, ellas, y chaqué, ellos", recuerda un testigo. No tuvieron hijos y adoptaron a un niño que crece también al lado de Lolita, la abuela vascoparlante.

Como vicerrectora de la Universidad Pública (UPNA) se le recuerda que eliminó los exámenes de septiembre. Luego fichó como independiente por el Gobierno de Sanz. "Yolanda destacaba por encima de la media, por tenaz, severa", continúa la vieja amiga. La primera mujer consejera en la historia de Navarra. Años 90.

Primero alcaldesa

Su militancia en Unión del Pueblo Navarro la llevó a la alcaldía de Pamplona, donde los partidos aberzales la recuerdan especialmente por el desalojo de un gaztetxe del casco viejo, de su escasa simpatía por la normalización del euskera y por mantener al frente de la policía municipal a su amigo Simón Santamaría, un exmilitar de porra fácil. Poco le importan las críticas. "Los periódicos de hoy envuelven los bocadillos de mañana", se defiende. Los bocadillos con la tira de Oroz la retratan matando a su mentor Sanz, aliada de Rajoy, podando a médicos y enfermeras, pasteleando con el PSN, haciendo equilibrios sobre el gran agujero de la hacienda foral o metida en la bronca de Caja Navarra.

El bocata del lunes anunciará si aún cuenta algo en Navarra.