Se acabó. Desde hace largos meses se venía rumoreando y gestando. El rey Juan Carlos I ha abdicado. Historia trascendental en España vivida en directo. No ha sido por razones de salud. De hecho, el Monarca lo pensó cuando estuvo en peores condiciones físicas y lo descartó por eso: no quería dar la imagen de un hombre maltrecho y moribundo diciendo adiós. Ha esperado a recuperarse y anunciar así su decisión personal.

El Rey cree que con su marcha en vida de la Jefatura del Estado rinde, por el bien del país, el último servicio a España, a la democracia y a la estabilidad de las instituciones. Esa es una de las razones principales junto al carácter de naturalidad que se le quiere dar al relevo. Pero el propio Juan Carlos era consciente del deterioro de la imagen de una Monarquía parlamentaria erosionada por actos poco ejemplares ante la ciudadanía, sumida a la vez en una grave crisis económica y social. Y lo que antes podía pasar desapercibido y hasta hacerse la vista gorda, en este caso, por decencia, no podía ser. Entrega el relevo a su hijo Felipe. El Príncipe de Asturias asumirá sus responsabilidades sin cargas ni peajes, ligero de equipaje. Está muy preparado para asumir la Jefatura. Es inteligente, serio y responsable, poco dado a frivolidades y consciente del momento que viven España y la Monarquía. Uno de sus objetivos será recuperar el prestigio de la institución.

El balance global del reinado de Juan Carlos I es positivo para España. Nunca en la historia de este país se había vivido una etapa de estabilidad política y desarrollo económico y social como la que se inició en la transición. Hay que agradecérselo a él y al pueblo español. Pero obligatoriamente, y sin perder esta referencia de la memoria histórica, se abre una nueva etapa con Felipe VI.