La rueda del descrédito
XAVIER Bru
Mientras en EEUU los partidarios de Clinton y Trump se enfrentan ferozmente, figura que en España hay que llegar a consensos mediáticos y ciudadanos sobre los líderes políticos. Según unos americanos, Hillary Clinton es distante, arrogante, poco honesta y nada consecuente. Según los otros, Donald Trump es un peligroso ególatra fascista. No los sacaremos de aquí.
Los ataques de los detractores de cada cual no hacen mella entre sus entusiastas. En cambio, en España es obligatorio que los votantes del PP opinen fatal de Rajoy y que los de izquierdas estén tan convencidos como los de derechas del autoritarismo estalinista de Pablo Iglesias. De manera parecida, está prohibido considerar que Albert Rivera sea un aprovechado o que Pedro Sánchez haya abdicado sin luchar por su propósito inicial de pactar con Podemos. ¿Por qué los votantes no nos podemos confrontar entre nosotros? Rajoy e Iglesias son los malos por decreto. Sánchez y Rivera, los buenos. Ay de quien discrepe. ¿A santo de qué debemos opinar todos lo mismo de todos los líderes, como si las preferencias ideológicas no contaran? Misterios de la hispanidad.
Recordemos a la diosa romana Fortuna. El prestigio de Fortuna era tan grande que, a pesar de la implacable persecución de los venerables dioses antiguos a cargo de los cristianos, aún da vueltas su rueda como si nada. Impotente para demolerla, el cristianismo declaró que la diosa Fortuna era una servidora de la voluntad de Dios y adoptó la rueda como si se tratara de una invención propia.
Cuidado, pues, con la rueda del descrédito, filial de la Fortuna. Se precisaría, en efecto, un milagro de la diosa romana para salvar a Rajoy. Pero sobre los otros tres, nadie puede pronosticar que Iglesias no se vaya a recuperar y los otros dos vayan a iniciar un descenso vertiginoso, quizás antes de lo que ellos mismos creen. La Fortuna, hierática, indiferente, entorna los ojos, prepara las sorpresas a escondidas. Aún peor, sonríe ante la inconstancia de nuestros juicios, tan sólidos en apariencia y a menudo tan efímeros y volátiles.
Imaginemos que Podemos no se divide, que Iglesias y Errejón salvan las apariencias con un beso a la rusa en primer plano. Imaginamos que Rajoy abandona y su sucesor se apunta al pacto PSOE-C's, que Rivera le agasaja, le concede la primacía y pone a Sánchez en el apuro de ser el número dos, o quien sabe si el tres, de la gran coalición que siempre ha rechazado. Imaginamos que todos fracasan y que en junio, a pesar de los pesares, Rajoy vuelve a ganar con promesas de regeneración y estabilidad.
Sean estos u otros los escenarios de futuro, es mejor reafirmarse en las opiniones y las convicciones particulares, como los yanquis, que dejarse hipnotizar por la rueda, imprevisible y voluble, de los prestigios y los desprestigios.
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