Lentamente, lo que fue tsunami humano en Ceuta se ha convertido en un goteo de regresos voluntarios, con los que adelgaza la masa de inmigrantes en la localidad.

Ceuta es ahora una ciudad a medio camino entre campo de refugiados y área de confinamiento. Lo primero porque cientos de jóvenes africanos desharrapados, que aún llevan en sus ropas los cercos de sal de las zambullidas del lunes, caminan por las aceras y parques a la espera de un destino. Y lo segundo, porque el vecindario ha adoptado una actitud defensiva cerrando comercios, contratando personal de seguridad o evitando enviar a los niños al colegio.

Tal ha sido la sensación de estado de sitio que se apoderó de la ciudad ante la oleada humana, y que poco a poco se disipa pese a que está por volver su sureña serenidad. La Guardia Civil aún rescató este miércoles a un niño nadador, y al pasaje de tres pateras.

Los inmigrantes fueron 8.000, según datos de Interior, y su último recuento cifra en 5.700 los que han vuelto a Marruecos. O sea, quedan dos millares y medio. Fuentes policiales estiman que esos últimos pueden llegar a ser un núcleo de resistencia al que habrá que agrupar… pero ya no en "rechazo en frontera".

Cuarenta y ocho horas después del inicio de una crisis sin precedentes en la ciudad, los inmigrantes han cambiado los paseos eufóricos callejeros en grupos de 20 o 30 por un deambular cansado malecón arriba, malecón abajo, con el Mediterráneo al fondo. Algunos se acodan en la barandilla pensando qué hacer.

Es la disyuntiva del migrante: después de su dramática entrada a nado, qué. En Ceuta no hay trabajo, y se acabará la generosidad de quienes les han dado comida, que les han prestado el móvil para llamar a casa en Marruecos y decir que están bien, o que los evitan por las aceras. Por eso la jornada del miércoles ha sido la de un goteo incesante de retornos voluntarios hacia la frontera del Tarajal.

El goteo empezó de madrugada, cuando los informativos en inglés de Al Jazeera hablaban del "desperate journey" de los migrantes del Magreb justo después de dar vídeos de Gaza. El regimiento de Caballería Montesa 3, que ha relevado a la Legión en el control de la playa del Tarajal, ha colocado a Alí y otros soldados de origen marroquí en el pasillo que lleva a la verja. Desde ahí, sudando bajo sus cascos y sus chalecos antifragmentos, ven llegar a los que se rinden.

Los que retornan llevan en su mayoría chanclas y una bolsa de plástico en la que guardar ropa seca. Los soldados les preguntan: “¿Frontera?”. Si dicen que sí, pasan. “Vamos juntando. Cuando hay 20, se abre la puerta y a Marruecos”, cuenta Alí. No hay aquí devoluciones en caliente, sino retornos de cansancio y hastío.

Gas pimienta y un chichón

"Muchos han venido por darse una vuelta, porque en Marruecos no tienen trabajo ni nada que hacer", opina Goudmán, autónomo del transporte y ceutí de tercera generación. Como él, parte del vecindario ha ido tímidamente volviendo a abrir sus vidas, si bien temiendo robos de los recién llegados y contratando a toda prisa los servicios de vigilantes de seguridad para locales y negocios.

Aparece de vez en cuando en la fila de los que retornan alguna chica con maleta de vivos colores, o alguna mujer con gafas de sol entre la mascarilla y el hiyab. No forman parte de la empobrecida legión de nadadores; son personas que aprovechan la apertura de la frontera, por primera vez desde el 16 de marzo de 2020, para volver a su país. La pandemia les pilló de visita en Ceuta, y han pasado un año de confinamiento en la ciudad.

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Pero no es el caso de Muehir, ni de Ayoub Elmouni Ismail Ouazzani. Llegan los tres con paso cansino hasta los soldados. Piden agua. Han pasado mala noche. A estos tres jóvenes de la cercana ciudad de Ouatla se les ocurrió subir a la barriada del Príncipe a dormir, y allí otros muchachos marroquíes atacaron a Ayou, le echaron spray picante en la cara y le hicieron un chichón. A Ismail le quitaron el móvil. Eso duele más.

Cuenta Muehir que han venido porque el sábado se extendió por redes sociales un mensaje apócrifo que les anunciaba que se podría entrar en España. “En la valla los gendarmes nos decían: “¡iahla, iahla!”, que en dariya significa “¡Vamos, vamos!”. "En el Magreb no hay nada. Por eso hemos venido", dice Ismail. Un furgón de una línea aérea pasa por la carretera. La propaganda del Gobierno local reza en su costado: “Ceuta, Europa en África”.