Más que los grupos de deambulantes desperdigados, más que las reyertas, más que la previsión de alguna nueva oleada humana, los 1.500 menores no acompañados que han entrado en Ceuta se han convertido en el mayor problema de gestión humanitaria de esta crisis para las autoridades.

Y su descarnada evidencia está en unas naves del decrépito polígono industrial del Tarajal, antes habilitadas para alojar a inmigrantes en cuarentenas anticovid, y ahora centro de atención de la Cruz Roja… y de retención policial.

La escena podría ser la de un enorme colegio a la hora del recreo, si no fuera por la pobreza de las ropas y el sol inclemente bajo el que, a la hora de comer, forman los niños hileras; y si no fuera porque ellos, los recién llegados, no hacen más ruido que el que sale de un grupo numeroso de otros MENAS que les gritan desde una valla cercana.

El orden es clave en este rincón en permanente riesgo de desmadrarse. Unidades de Intervención Policial, los antidisturbios de la Policía, agrupan a los pequeños migrantes en un patio entre nave y nave, por las que pululan los chalequitos rojos y blancos de sanitarios de la Cruz Roja.

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El cierre de la frontera a las entradas masivas alivia la presión en Ceuta José Luis Roca

La joven masa humana forma tres apretadas filas: una para filiación, otra para alimentarlos y otra para trasladarlos a otra nave y despejar el atestado albergue principal, donde las noches son duras, con poco espacio y sanitarios desbordados. Cualquier contagio es posible entre tanto hacinamiento. En su inmensa mayoría, los niños –no hay niñas- no llevan mascarilla; ni tampoco ese es el mayor de sus problemas.

Hay entre las filas pequeños de ojos inquietos y muchos adolescentes con un hilo de pelo sobre el labio superior. Desde un alto cercano, menores que vinieron antes que ellos y que ya viven en Ceuta les gritan en lengua dariya: “¡Herbo, herbo!” (“¡Escapaos, escapaos!”), y les atemorizan sin fundamento: “Os van a mandar otra vez a Marruecos. ¡Salid corriendo!”

Nadie les hace caso, ni ninguna autoridad pretende devolverlos, pero sus chillidos dan un trasfondo inquietante a una escena sobrada de tensión.

La tensión en Ceuta se traslada al otro lado de la frontera

La tensión en Ceuta se traslada al otro lado de la frontera Vídeo: Agencia ATLAS | Foto: EFE

"No veo a mi sobrino"

Algunos vecinos, en apariencia curiosos, que se han acercado a la valla del polígono están buscando a familiares. Es el caso de Rachid, de 54 años, cocinero que mira acodado en un esquinazo de hormigón intentando encontrar a su sobrino Mohamed, de 16 años. “Es peluquero. Solo quiere trabajar. No quiere vivir en Marruecos”, relata de espaldas, por evitar represalias a su familia al otro lado.

Rachid no sabe dónde anda Mohamed, el hijo de su hermana. Solo sabe que con sus padres no está. “Ná, no lo veo”, se rinde el cocinero.

Quizá haya escapado de la tutela de las autoridades y se ha escondido por el puerto esperando la oportunidad de algún ferry o camión para alcanzar la península.

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Hasta la misma valla, Hamza, joven inmigrante residente, ha bajado desde El Príncipe. Dice que a buscar a su hermano Dilel; y dice que lo ha encontrado. “Mira, ahí”, señala hacia las filas, ante las que la Policía interpone unos furgones como un oscuro telón. Hamza cuenta que su hermano tiene nueve años sacando cuatro dedos de una mano y los cinco de la otra, y repite que lo ha visto. Con manoteos dice que es pequeño, que le llega por la cintura.

Puede que algunos de los marroquíes que este miércoles aún se agolpaban en la playa de Castillejos consideren que los menores que han conseguido cruzar tienen suerte; al menos tres comidas al día. Pero seguramente no se cambiarían por el niño caminante sin rumbo que este día recibió un perdigonazo disparado desde un balcón. Algunos ceutís reaccionan con odio a la oleada. Este miércoles se ha hecho famoso en la nube de WhatsApp de la ciudad el vídeo de un hecho aislado, pero que escandaliza porque alardea de él un vecino que dispara con una escopeta de aire comprimido a un niño marroquí, de un grupillo que pasa por la calle. Cuando le alcanza en una pierna, se le oye decir: “Ahí lo llevas”.