Jordi Cuixart ha ordenado todos los apuntes que recogió en su dietario durante tres años, ocho meses y siete días entre rejas y los ha convertido en una propuesta política para que se retome el pulso independentista. Un cóctel de vivencias en prisión, entrelazadas con alegatos políticos, que confluyen bajo el título ‘Aprendizajes y una propuesta’ (Ara Llibres) para inyectar entusiasmo y aparcar la desorientación que reina entre el soberanismo tras el convulso otoño del 2017 con el fin de “empoderar a la ciudadanía”, formándola en la desobediencia civil, para “volverlo a hacer y hacerlo mejor”.

"Ahora mismo no hay la posibilidad de hacer un referéndum pactado, un nuevo referéndum unilateral o una declaración efectiva de independencia, sean cuales sean las mayorías parlamentarias, si antes no hemos logrado la madurez de aceptar que habrá que llevar a cabo grandes actos masivos en el marco de la lucha no violenta", desliza. Una apuesta que confiesa que parte de largas conversaciones con el resto de consellers y cargos electos encarcelados durante la preparación del juicio, en las que ejercía Cuixart como moderador, y cuyas notas reflejan que el mínimo común denominador es, precisamente, un referéndum sin adjetivos. Eso es, sin descartar la unilateralidad y vislumbrando la posibilidad de un pacto con el Estado cercano a lo imposible.

La celda de Jordi Cuixart en la cárcel de Lledoners.

El diálogo y la confrontación

Con su iniciativa, Cuixart aspira a superar el choque entre el diálogo y la confrontación. A su juicio, "la defensa permanente del dialogo, de la negociación, forma parte de la confrontación democrática”, situándolos como puntales complementarios. No sin matices: “La confrontación, si no está anclada a una coherencia irrefutable, sirve de poca cosa en el largo plazo”, sostiene ante los sectores más desasosegados. A los pragmáticos, les advierte de que la mesa de diálogo, “será útil si lo es en el marco de una estrategia compartida, escuchando la voz de la ciudadanía y sin ser un arma arrojadiza entre partidos”.

Duda, en este punto, de la voluntad de diálogo "real" por parte del Gobierno, por lo que pide cautela y ser “conscientes de cómo se las gasta el Estado y cuáles son sus capacidades, no solo de maniobra, sino de juego sucio y de mentira”.

Crítica y autocrítica

Entre las 238 páginas hay confesiones, crítica y autocrítica, pero se afana a asegurar que él "no iba de farol". Sobre el referéndum, dice que "quizá nos saltamos etapas y pasamos de la movilización explicativa y cohesionadora a proponer instituciones alternativas sin haber transitado antes por ningún proceso destituyente del Estado" y que "no se tuvo en cuenta la posibilidad de una reacción violenta del Estado existente". En cuanto a la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) fallida: “Quizá faltó más determinación por parte de todos”, afirma.

Jordi Cuixart, en el locutorio de la cárcel de Lledoners.

Cuixart exhibe los motivos de su cambio de estrategia y critica la falta de unión entre letrados defensores. “¿Y si el Estado no pacta?”, “Pues no hay referéndum”, contestó en su primera declaración ante el Tribunal Supremo. “Sentía que traía mis ideales […] No me reconozco de ninguna manera”, confiesa ahora, tachando de “grave error” haber dicho “lo que [jueces y fiscales] querían escuchar para que me dejaran en libertad”. No funcionó. De ahí el giro de 180 grados, en defensa del referéndum y hasta el mítico ‘ho tornarem a fer’ como síntesis de su obcecación por no ceder.

Pero su convencimiento chocó pronto con la falta de respuesta institucional a la sentencia del procés, mientras las calles ardían con largas jornadas de movilizaciones y disturbios. Ahí afea “la indiferencia formal de los grandes sindicatos” y “la falta de estrategia compartida entre partidos y la obsesión constante (y estéril, a efectos de país) de priorizar la pugna electoralista”. 

Con todo, quiere remediarlo con la conjunción de sensibilidades en "una sola voz", que no líderes mesiánicos, y con “dinámicas de desconexión real y concreta del Estado”, fortaleciendo estructuras cívicas y sociales, “y a la vez también la asunción de las consecuencias de esta estrategia de lucha no violenta y desobediencia civil”, eso es, “actuar con consciencia de presión no dejar de actuar por culpa suya”. “Ni la represión ni el exilio pueden ser nunca un límite para las aspiraciones que tenemos como nación”, concluye. Los partidos, por ahora, no recogen el guante.