Se llama María –nombre ficticio para preservar su intimidad– y hace un año recibió tal paliza que temió por su vida. Aún así, lleva esos doce meses pendiente de juicio ‘rápido’ y de una nueva orden de alejamiento, a pesar de haber un parte de lesiones.

La caída de esta viguesa en el pozo de la violencia de género empezó a gestarse en agosto de 2015 cuando conoció y se comenzó a enamorar del que acabaría siendo su agresor.

“Al principio, era todo super bonito. Me venía a buscar al trabajo, me llevaba a tomar café pero al mes y poco empezó a controlarme mucho el teléfono, a donde iba, a donde dejaba de ir. Solo podía estar con él y en su mundo. Intenté cortar la relación porque llevaba poco tiempo”, recuerda.

Sin embargo, las palabras de él la convencieron y siguió en la pareja hasta que en octubre de ese mismo año –solo dos meses después de conocerlo– llegó la primera agresión física fuerte. “Ahí –prosigue– me concedieron cuatro años de orden de alejamiento. Indagando un poco me enteré de que esta persona tenía delitos anteriores de violencia, aunque no doméstica o de género; ya había estado en prisión”.

Desde ese ataque hasta que entró en la cárcel, pasaron seis meses en los que la ruleta de la vida siguió girando para María hacia una apuesta oscura. “En ese tiempo, me volvió a llamar, me juró amor eterno. Me volvió a convencer y me casé con él por el juzgado en febrero. Imagínate cómo su poder mental me absorbió”, rememora esta mujer.

“Al poco tiempo de casarnos, las agresiones volvieron. Tuve un embarazo y un aborto"

Las palabras con música celestial en la boca del recién marido pronto quedaron borradas cuando él reanudó el pegarle. “Al poco tiempo, las agresiones volvieron. Tuve un embarazo y un aborto. Me había ido de casa, me buscó, me encontró y tuve una hemorragia muy fuerte que me llevó al hospital. Perdí al bebé a los pocos días”, detalla.

A pesar de no depender económicamente de él en ese momento –de hecho, ella trabajaba pero él no– María acabó volviendo con él hasta que se cumplieron los seis meses y él entró en prisión para finalmente pasar en ella 40 meses.

“Él –prosigue– ingresó en la cárcel en junio y yo me enteré en agosto de que volvía a estar embarazada de él. No quería que lo supiese. Un consejo que doy a las mujeres en esta situación es que le pongan al hijo los apellidos de ellas y no del agresor”. Ella no lo hizo.

¿Y el asesoramiento?

Durante el tiempo que el agresor estuvo encarcelado, María volvió a respirar sin opresión. “Vi la luz, podía volver a ver mi familia, a los hijos que tuve de una relación anterior. Antes, me amenazaba con hacerles algo si no volvía con él. De hecho, a uno lo atacó; pero volví con él”, lamenta con voz apesadumbrada.

En este instante del relato, surgen muchas dudas y entre las preguntas, una fundamental. ¿Nadie le ofreció a María asesoramiento psicológico para superar la situación y al agresor? “No. Debería acompañarte en el juzgado una psicóloga, una trabajadora social... Es un momento en el que no puedes pensar, en el que no haces más que firmar papeles, declaraciones... un bombardeo constante. El único psicólogo que tuve me lo concedieron en la Rede de Mulleres Veciñais contra os Malos Tratos de Vigo. Primero me salvó la Policía y después me salvaron ellas porque si no fuera por ellas yo seguiría con esa persona o ya no estaría en este mundo”, subraya entre críticas.

“En el juzgado no tuve nada, solo llegó una abogada para pedirme que firmara cosas. Empatía, ninguna. Se necesita gente con delicadeza y preparada”, responde esta viguesa que a pesar de todo lo vivido acabó volviendo con el agresor.

“Salí de la casa de acogida. No tenía ninguna ayuda. Pagaba 370 euros de alquiler y cobraba 456 de subsidio. No me daba. Un día me cortaron la luz y no se me ocurrió nada mejor que llamarlo a él y a sus padres. Hacía poco que él había salido de la cárcel. Poco después, me volvió a pegar. Esa vez no lo denuncié pero la de noviembre de 2020, sí”, relata.

Reconocer la dependencia

Al preguntarse si pensó que la podía matar, coge aire tras un breve silencio y dice: “Esa vez tuve mucho miedo. Sí. Me agarró del cuello, empujó al niño y vi cómo le salía el chupete por la boca. Pensé, ‘Dios mío, sácame de aquí’. Cogí el niño y marché”.

Tras toda estas vivencias y sufrimientos, hay otra cuestión de la que es necesario hablar. ¿Qué mueve a María a volver con su agresor? “Aún hace poco reconocí mi dependencia emocional hacia él. Vuelves porque te hacen caso. Sientes que te falta algo, cariño. Quieres sentirte querida y llega una persona que te pone arriba aunque después bajas, y ¡cómo bajas!”, reconoce esta mujer que solicitó una orden de alejamiento provisional por la última agresión “sin que me la concediera la jueza de Vigo. De hecho, él salió riéndose delante de mí. Ahora, trabajé un poco en verano y vivo con un familiar porque no cumplo, según la Administración, los requisitos para acceder a una vivienda o ayuda ya que el juicio sigue pendiente”.

En su cabeza, aún resuenan las frases que le martillaba: “Sin mí, no vales nada; sin mí nadie te va a querer”. “Acabas creyéndolo y acabas pensando: ‘Me quedo aquí que, por lo menos, me hace caso’”, añade para lamentar también las palabras de algunas funcionarias: “Me han llegado a decir que yo ‘lo he permitido’. ¿Cómo? Yo estaba en una situación de la que no era consciente al 100% . Su trabajo es ayudarte, no hundirte más en la miseria”.