“Dejo todos mis cargos. Dejo la política, entendida como política de partido e institucional”. Pablo Iglesias, que en 2014 emergió en la escena española para "asaltar los cielos", anunciaba así su salida de la escena pública. Al filo de medianoche, en la jornada electoral del 4 de mayo, comparecía con gesto serio. "Cuando tu papel en la organización se ve limitado y moviliza lo peor de los que odian la democracia, uno tiene que tomar decisiones”.

Hombre de pocos matices, Iglesias volvía a recurrir al 'todo o nada' aplicado tantas veces antes tras los malos resultados obtenidos en la Comunidad de Madrid, y después de fracasar en su intento de crear una alternativa a Isabel Díaz Ayuso; un objetivo por el que había dejado la vicepresidencia de Gobierno para saltar a la arena autonómica. El dirigente ya había dejado instrucciones para su sucesiónIone Belarra sería la secretaria general de Podemos y Yolanda Díaz, la candidata morada a las generales. Todo estaba atado y su salida, al menos en el papel, no habría de tener grandes consecuencias para Podemos.

Un año después, sin embargo, se perciben síntomas de debilidad en un partido que nació a la sombra de un hiperliderazgo. Podemos ha tratado en los últimos meses de rearmarse organizativamente en los territorios, con un doble objetivo: intentar revertir la pérdida de representación y el desmembramiento del partido, fruto de las múltiples rupturas y deserciones; y por otro lado, tejer una red en las filas moradas lo suficientemente fuerte como para mantener la unidad y contrarrestar así la ausencia de una 'autoritas' en el partido, después de que Iglesias lograse durante años mantener la unidad en torno a su figura, en un camino no exento de purgas y escisiones. Una fortaleza que consideran imprescindible para hacerse valer en el futuro proyecto de Yolanda Díaz.

Mientras Podemos intentaba apretar las filas de puertas para adentro, la líder gallega anunciaba su intención de crear una candidatura alejada de partidos, relegando así a los morados a un papel secundario. Esto, unido a la pérdida de una figura tan controvertida como la de Iglesias, ha llevado a Podemos a desdibujarse en el último año. Si en otro tiempo todos respondían al líder a toque de silbato, hoy el partido tiene un grupo parlamentario fragmentado y unos cargos públicos que deben elegir entre la lealtad al partido o su continuidad en la política de la mano de Yolanda Díaz.

Pero la salida de Pablo Iglesias de la política se produjo sólo en el plano institucional. A día de hoy sigue estando muy presente en las filas moradas. El exlíder de Podemos se ha mantenido en la escena pública con su presencia en múltiples tertulias -Cadena Ser o TV3- y a través de artículos, y ha llegado a lanzar su propio programa de televisión -'La Base', en el diario Público.

A través de estos altavoces mediáticos, Iglesias ha defendido sin medias tintas sus propias opiniones, en muchos casos contrarias a las de su sucesora en la Vicepresidencia del Gobierno, y con ellas ha marcado el paso al partido que fundó. Muchas de las tesis defendidas en los micrófonos por el dirigente han sido después replicadas por los portavoces morados. Un ejemplo de esta misma semana es la denuncia de la existencia de "cloacas" dentro de CNI a quien han responsabilizado desde Podemos por el espionaje a los independentistas. Si Iglesias alentó esta hipótesis hace días, este mismo martes también lo deslizó el portavoz parlamentario, Pablo Echenique.

Esta dinámica entre Iglesias y Podemos da prueba del predicamento que aún tiene el dirigente sobre la formación, en la que aún sigue presente a nivel orgánico a través de su 'think thank', el Instituto República, antes llamado Instituto 25M, de la que es presidente. Pero las afirmaciones del exlíder, aunque siguen nutriendo el discurso de la formación, también han generado no pocos conflictos con Yolanda Díaz, que en otro tiempo fue una de las mejores amigas del dirigente.

Estos choques han traído consigo el distanciamiento entre Podemos y la dirigente gallega, que han hecho públicas sus diferencias incluso en el seno del propio Consejo de Ministros, donde convive el núcleo de los morados, encarnado en Ione Belarra Irene Montero, con el bloque afín a Díaz, en el que se encuentran los ministros Alberto Garzón Joan Subirats. La relación es casi nula entre estos dos departamentos estancos de Unidas Podemos. La máxima expresión de estas diferencias tuvo lugar hace unas semanas, con la oposición frontal de Belarra al envío de armas a Ucrania, mientras la vicepresidenta apoyaba los pasos dados por el Gobierno.

A estas tensiones dentro del espacio se suma el perfil tan distinto que encarnan las ministras de Podemos. La capacidad de Iglesias para atraer el foco, debido a lo imprevisible de su figura, con un punto histriónico, contrasta con el perfil más bajo de las ministras de Podemos, Montero y Belarra, que tienen menos eco mediático e institucional que el ex dirigente, que tenía una capacidad magistral para generar polémica y marcar así la agenda en la escena pública. Lograba, en definitiva, que se hablase de él y de su partido, otorgándole un protagonismo hoy en declive.

Esto también les ha hecho perder influencia dentro del Gobierno. El exvicepresidente mantenía un canal abierto con Pedro Sánchez y estaba al tanto de las principales cuestiones; un año después, el ala socialista ignora a su socio minoritario en asuntos de primer orden, como fue el acuerdo con la Casa Real, del que no advirtió a los morados, o el caso Pegasus, para el que tampoco contó con ellos. A esto se suma el papel de Yolanda Díaz, que ha intentado rebajar tensiones en la coalición, cuando el ruido era, precisamente, una seña de identidad de los morados.

Este papel menguante de Podemos, tanto en el Gobierno como en el papel que ocuparán en la eventual candidatura de Yolanda Díaz, les ha llevado a intentar marcar perfil en los últimos meses, tratando de diferenciarse del resto de fuerzas. Bien desmarcándose del PSOE pidiendo la dimisión de Margarita Robles, a quien han elegido como una figura con la que confrontar -como en su momento fue Carmen Calvo, bautizándola incluso como la 'ministra del PP', como intentando imponer a sus candidatos en las futuras alianzas con otras fuerzas.

Y es que el nerviosismo de Podemos es patente de cara a la formación de las candidaturas de confluencia. Aunque los morados no tienen problema en renunciar a su marca al asumir su fuerte desgaste, la batalla estará en la configuración de las listas y la elección de los candidatos. Es lo que ocurre en Andalucía, donde los morados tratan de situar al guardia civil Juan Antonio Delgado como cabeza de lista de la candidatura que se negocia con IU y Más País.

Esta misma semana, los dirigentes de Podemos evitaron la foto junto a los responsables andaluces del resto de fuerzas, que sí se tomaron una instantánea en la Feria de Abril en Sevilla. Mientras todos figuraban en la foto, a excepción de Podemos, el núcleo duro morado, con su secretaria general incluida, desembarcaba en Málaga para arropar a su candidato.

Algo similar sucedió a nivel nacional en la manifestación del 1 de mayo, cuando Podemos evitó la foto con Yolanda Díaz. La gallega se dejó ver con los sindicatos, con el líder de IU, Alberto Garzón, y con la líder de Más Madrid, Mónica García. Esta dirigente madrileña, que es ahora una de las aliadas de Díaz en su proyecto nacional, es precisamente una de las figuras con quien Iglesias se midió -y perdió- en las elecciones de las que ahora se cumplen un año.

La creación de una candidatura de izquierdas eleva el riesgo de Podemos de ver aún más reducido su protagonismo, que cayó abruptamente con la salida de Pablo Iglesias. Doce meses después de su salida, y aún bajo su sombra, Podemos se enfrenta a uno de sus más difíciles retos: sobrevivir y superar al que, al menos moralmente, sigue siendo su principal autoridad.