Ciudadanos se juega su subsistencia en Andalucía. Tras la debacle en las generales de noviembre de 2019 las pruebas de supervivencia se han ido repitiendo. Cada cita electoral se presenta como un examen clave. Pero, tras la desaparición del partido en la Comunidad de Madrid y la pírrica resistencia en Castilla y León con el escaño de Paco Igea, la convocatoria andaluza se presenta ahora casi como definitiva. En la formación insisten en que lo que ocurra el 19 de junio no será determinante porque el partido estará en el ciclo electoral completo, hasta llegar a las próximas elecciones nacionales. Sin embargo, obtener o no representación en Andalucía se antoja decisivo.

Los esfuerzos están centrados en la campaña que arrancó esta pasada noche, como en el caso castellanoleonés, en conseguir representación. El CIS preelectoral concede al partido naranja una horquilla de entre 1 y 3 escaños. Es la aspiración de los naranjas, que pondrán el foco en Sevilla, Málaga y Cádiz en primer lugar, pero también en Granada y Córdoba. Mantener diputados en el Parlamento andaluz supondría, en primer lugar, mantener con vida las siglas naranjas en la comunidad autónoma. Y también serviría para unir fuerzas al proyecto de Juanma Moreno Bonilla, reeditando (aunque casi de forma simbólica) la coalición de gobierno y, sobre todo, contribuiría a forzar una abstención de Vox. Es la garantía que ofrece Ciudadanos.

El partido de Inés Arrimadas, liderado por el vicepresidente de la Junta, Juan Marín, tratará de sacar pecho de la gestión de estos casi cuatro años de Gobierno que han aupado sin lugar a dudas al presidente popular. “Un ejemplo de gestión en todos los ámbitos pero, sobre todo, en el económico”, como repiten una y otra vez en la sala de máquinas naranja, que Ciudadanos quiere rentabilizar también a pesar de ser el socio minoritario de la coalición.

Arrimadas considera que sus consejerías “han funcionado a la perfección” y han contribuido al crecimiento de una comunidad autónoma que se sitúa en muchos indicadores económicos a la cabeza. Incluso dirigentes del PP reconocen que es “injusto” copar todo el protagonismo cuando el partido naranja ha sido corresponsable de la gestión. En Génova no esconden su interés por que el partido liberal resista. A Moreno le conviene sumar los diputados que pueda conseguir, consciente de que le terminarían de acercar a la mayoría absoluta, imposibilitando que Vox exija su entrada en el gobierno.

La situación del partido a nivel interno es crítica. Marín se presenta a las elecciones en un estado de debilidad evidente, con el partido acumulando incendios desde hace meses y tras zanjar el debate de la coalición preelectoral que durante meses sonó con fuerza. Cerró la puerta el PP cuando se percató de que Moreno Bonilla no necesitaba a las siglas naranjas para acariciar el éxito absoluto. Aún así, y a pesar de las muchas crisis internas vividas, la realidad es que el gobierno andaluz es el único que ha sobrevivido hasta el final en armonía.

El primero en saltar por los aires fue el de Murcia con la moción de censura que nadie esperaba. El partido naranja acabó roto con la vicepresidenta del Gobierno de Fernando López Miras, saltando al equipo de Gobierno popular. El efecto dominó provocó la ruptura inmediata de Madrid con el fin de la trayectoria política de Ignacio Aguado. Y a los pocos meses la convocatoria anticipada en Castilla y León también voló por los aires la coalición en esa comunidad. Andalucía ha permanecido estable a pesar de las puñaladas entre las direcciones nacionales y la OPA hostil que lanzó Génova, en manos de Pablo Casado y Teodoro García Egea, para reclutar cargos naranjas. El partido perdió músculo en muchas instituciones de España.

El caso andaluz tiene un especial simbolismo para los naranjas. En diciembre de 2018 superaron los 650.000 votos, pisándole los talones al PP y cosechando 21 diputados. Un resultado que ni Albert Rivera ni Marín podían imaginar y que fue el inicio de un ciclo crucial para el partido. Al año siguiente, en las generales de abril se quedaron muy cerca de superar a los populares; y en las autonómicas y municipales de mayo incluso dieron el sorpaso en algunas autonomías y ciudades. La política de pactos fue el principio del fin de aquella racha, que terminó dejando a la formación herida de muerte con la repetición de las generales.

Arrimadas está decidida a surfear el nuevo ciclo electoral con la única aspiración de mantener representación en los principales parlamentos regionales y grandes ayuntamientos. Y a pesar de los debates surgidos sobre una posible fusión con el PP, la apuesta es la de concurrir en solitario en la mayoría de los territorios. Este ciclo, ya sí, es la última bala.