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Las batallas de las mujeres soldado

La experiencia de tres militares españolas de la más nueva generación femenina en los ejércitos

Las batallas de las mujeres soldado.

Las batallas de las mujeres soldado. / JOSÉ LUIS ROCA

Juan José Fernández

Bajo tierra no hay tanto hombres y mujeres como compañeros. La diferencia de género se atenúa como la luz en el búnker subterráneo de la base de Marjayún (Líbano), mientras fuera se cruzan los misiles de Israel y de Hamás. 

El tiempo pasado estos días a cubierto de los cohetes que crisparon la Pascua judía y el Ramadán, 17 horas en un habitáculo donde caben 36 personas y víveres y agua para tres días, son parte del mosaico de emociones que decora la carrera militar de la sargento de la Legión María José García Perea. En ese encierro hay tiempo para meditar: "Pensaba lo tranquilos y lo bien que estamos en España, y lo poco que valoramos eso", relata.

La sargento de la Legión María José García Perea.

La sargento de la Legión María José García Perea. / FOTO CEDIDA

Esta mujer soldado de 32 años, especialista en Transmisiones que entró en filas con 18, forma parte del 38º contingente que España ha enviado a UNIFIL, la misión con la que la ONU trata de impedir la guerra en esa parte de Oriente Medio. La sargento también es una de las mujeres en puestos de especial operatividad de las Fuerzas Armadas: en ese club ya militan ella y otras 4.924.

Es la tercera vez que pasa por allí. Salir de misión internacional le parece un imperativo profesional. "Un amigo que estudia Medicina me preguntó por qué. Y yo le dije: ‘¿Qué sentirías si fueras cirujano y nunca tuvieras un paciente al que operar?’"

Priscila Sánchez Correa, capitán del Ejército del Aire y del Espacio, y su perspectiva de género.

José Luis Roca

Cuenta la dama legionaria García Perea que de niña, no lejos de Villalba del Alcor, el pueblo de Huelva en el que nació, veía cada año desfilar a los legionarios, pero le parecía "inalcanzable" ser una de ellos. Cuando estudiaba en Talarn, en la academia leridana de suboficiales, eligió la Legión "porque es la unidad de la Brigada Experimental 2035", explica. O sea, la punta de la modernización del Ejército

Hoy, cada amanecer en Marjayún la coge estudiando Psicología por la UNED. En la base no suena la corneta, solo el despertador. A las seis y cuarto se pone con los apuntes. A las ocho desayuna. A las ocho y media va a su puesto. A la una y media come. A las seis y media entrena... 

Se supondría que María José está en uno de los rincones más tópicamente macho de la sociedad española, y ella lo desmiente: "No creo que haya machismo en el Ejército, sino en las personas. El Ejército ha evolucionado lo mismo que la sociedad civil. Cuando me cruzo con un machista no veo un militar machista, sino una persona machista", dice.

Tres hermanas militares

Maria José se llevará de sus misiones internacionales "más emociones que recuerdos". Y entre ellos revive con voz tocada el de los niños a los que dio clases de español en la Misión Cervantes de la base. Fue en 2014, la penúltima vez en Líbano. "Ellos me enseñaron que no hace falta tener nada para dar un montón de cariño. Cuando me despedí de ellos fue duro. Me iba pensando en cada uno: ‘Quiero darte una vida mejor, quiero que abras la mente, si pudiera hacer algo más...’".

María José se plantea tener hijos. No le preocupa la conciliación. Ya tuvo una vez pareja, militar también. Cuando ella estaba de misión y él no, "él colaboró mucho -explica-. Me contaba los problemas de casa cuando ya estaban solucionados. Eso es fundamental si estás fuera. Si no, te genera una impotencia…"

La familia es clave. Y la de la legionaria García Perea es un caso único. No es hija de militares, pero tiene tres hermanas mayores que ella y las tres son también soldados. Naima es mecánica en la Unidad Militar de Emergencias; Tatiana es parte de la tropa de Tierra en Sevilla; Salomé, la mayor, es cabo de una unidad de apoyo logístico de misión en Letonia. Por Navidad, cuando se juntan ellas y sus parejas, también militares, "en casa se forma un pelotón". 

El granito de arena

La base de la Academia General del Aire en Santiago de la Ribera (Murcia) es tan grande que para moverse por dentro es mejor hacerlo sobre ruedas. Todo en la apariencia de la capitán Priscila Sánchez Correa, según se la ve llegar con su patín eléctrico, menuda y ágil como una chavala, oculta que es una veterana de 31 años ya, madre de un niño y con la experiencia de pilotar gigantescos aviones de abastecimiento y evacuación en las sordas contiendas del Sahel. 

Es Correa el "nombre de guerra" que figura en la pechera de su uniforme junto a tres estrellas de seis puntas. Lleva botas negras y un mono verde con parches, y también unas uñas perfectamente pintadas, y un alegre reloj rosa y dorado de Tous que le regaló el marido, piloto como ella, y que en la sobria figura uniformada de la capitán funciona como una especie de contrapeso contra la total masculinización.

Priscila ha instruido ya a 15 pilotos. Solo uno es mujer. Y hoy lo son tres de 50 cadetes que aspiran a volar en la academia. "Seguimos siendo pocas. Es una profesión tradicionalmente masculina, y es complicado cambiar en tan pocos años", dice la capitán. 

Priscila no ha ido nunca a una manifestación del 8-M -"Mi granito de arena es aportar visibilidad en una profesión tradicionalmente masculina”, dice- pero sabe mucho de igualdad. 

Puede que porque cuando era niña quería volar cuando fuera mayor, "pero no llegaba a plantearme pilotar, solo ser azafata", explica señalando una clave cultural, estructural, del machismo. O puede que cuando su marido y ella conocen a alguien nuevo, "él dice: ‘Soy piloto militar’, y la otra persona: ‘Ah, bien’. Y cuando me pregunta a mí y yo digo: ‘Soy piloto militar también’, entonces se sorprende: ‘Ah, ¿sííí?’"

La capitán no ve machismo en su entorno. Solo una vez "tuve que darle un toque a un alumno -relata-, porque a los capitanes se refería como ‘capitán’ y a mí como ‘ella’".

A su hijo, Priscila no le pone necesariamente el azul que la tradición prescribe para los niños. Alguna vez que lo llevó por ahí con una prenda deportiva rosa le preguntaron por su niña. "Tuve que aclarar que es un niño -dice encogiéndose de hombros-. Mira, yo quiero que mi hijo juegue con lo que quiera y con quien quiera y a lo que quiera".

De camino a la Sala de Briefing del Escuadrón 792, la capitán Correa se ha cruzado con otra piloto, y la ha abrazado cuando la compañera le ha dado una feliz noticia íntima.

La maestra que se sienta después ante un joven delgado y meticuloso a repasar el plan de vuelo estuvo en el Ala 31, donde llevó el Hércules y el A400, los gigantes de la carga militar. Sobrevolando el Sahel en apoyo de la Operación Barkhane, ·iba horas volando por medio del desierto -relata-. Veía un pueblo aislado y pensaba: ¿cómo puede vivir alguien ahí, sin nada alrededor?". 

Ahora lleva un Pilatus, el poderoso biplaza suizo de instrucción que se usa en la Academia. El sol arranca destellos al femenino reloj de la capitán cuando, ya a bordo, se coloca el casco, se ajusta las gafas, se ciñe el respirador y confirma con gestos al ayudante en tierra que todo está bien. Brama al máximo de revoluciones el motor. Levanta la capitán Correa el pulgar enguantado, mira adelante, acelera por la pista... En un rato estará, con su pupilo detrás, sobrevolando el Mar Menor. 

El mismo derecho, el mismo peligro

La alférez de Navío Rocío Porras de Sola lleva en el hombro la misma coca que le pondrán a Leonor de Borbón cuando acabe su formación militar, que incluye un curso en la Escuela Naval de Marín. Allí se formó ella hace tres años, antes de embarcar en el Audaz, buque de acción marítima que ahora vigila contra la piratería en el golfo de Guinea. Rocío participó en los ejercicios Dynamic Messenger de la OTAN a bordo de ese barco, pero esta vez ha tenido que quedarse en tierra porque está embarazada. La Armada la ha comisionado en el MARCART, Mando de Unidades de Acción Marítima de Cartagena.

"No sé qué le enseñarán a la princesa en Marín -dice-, pero sí sé que no se va a aburrir". Rocío tuvo poco tiempo para el tedio. Un año tardó, como el resto de su promoción, en ganarse el derecho a caminar tranquila. "El guardiamarina de primero solo puede andar bajo techo; fuera vas corriendo a todas partes; no paras", recuerda.

Y relata sonriendo las veces que algún superior la mandó a "hacer un torpedo", la sanción endémica de Marín: salir corriendo hasta un faro que llaman Torpedo y volver. Más de una vez tuvo que hacerlo siendo novata por, quizá, dejarse fuera de sitio unos zapatos. 

A la alférez de Navío Porras se la ve en el Arsenal de Cartagena con signos evidentes de no ser ya la chiquilla que ingresó en Marín. A sus 24 años está embarazada por segunda vez. Su esposo es teniente de Navío submarinista. A ninguno de los dos les pilla de nuevas el tetris de la conciliación, endiablado en el caso de la Armada. "Nos organizamos bastante bien, pero es verdad que mi marido está en un periodo de pruebas y no tiene navegaciones muy largas..."

Rocío Porras, alférez de Navío, y su experiencia de género en las Fuerzas Armadas

José Luis Roca

Dice la oficial Porras que no ve más machismo en la Armada que fuera, más bien al revés, y que el mando "no depende del género, sino del carácter". A bordo de uno de los barcos amarrados en la base, mirando por la popa el agua azulísima de la primavera en Cartagena, la oficial cuenta: "Pensaba que iba a estudiar Medicina, pero… En el mar todas las vistas son preciosas. Me encantan los amaneceres y los atardeceres". También las arribadas a puerto. La más brillante que tiene en la memoria fue una llegada a San Juan de Puerto Rico a bordo del Juan Sebastián Elcano. con un montón de luz u una banda tocándoles en el muelle.

Para definir la igualdad, Rocío Porras anuda dos frases: "Igualdad es tener los mismos derechos teniendo en cuenta que somos distintos", dice primero, y afina: "Es tener las mismas obligaciones y derechos que mis compañeros, incluso en posiciones de combate y de peligro". 

Al fondo, flotando al sol, junto al viejo Tramontana está el joven submarino S81 Isaac Peral, que hace poco ha pasado pruebas de navegación estática. Ya no es un embrión una de las más complejas obras españolas de ingeniería. 

La oficial embarazada y el negro sumergible forman una escena metafórica. Se ve la torreta emergida del submarino desde el muelle de enfrente, por el que saluda Porras de vez en cuando llevándose la mano al perfil de la gorra impoluta. En las aguas de allá descansa la apuesta naval estratégica de este país; y acá, en el líquido amniótico de su vientre se mueve en el sexto mes de gestación su apuesta vital.

La militar piensa un momento las últimas preguntas que le hace este diario, para resumir cómo explicaría a cualquiera qué es la guerra -"Es una desgracia que evitamos con la Defensa; y para eso debemos estar armados"- y qué es la paz: "Paz… paz es una situación de bienestar en la que se vive con libertad y sin miedo".