El día lluvioso no impidió a los zaragozanos salir a las calles a volver a vibrar con la selección española. El ambiente recordó en muchos momentos al vivido durante el ciclo glorioso de España, cuando todo el país estaba entusiasmado con los Xavi, Iniesta y compañía. La gente se apresuraba a sentarse en los pocos sitios libres que quedaban en las terrazas y en el interior de los bares mientras hacían cábalas de lo que podía suceder en el partido. Los aficionados, ataviados muchos de ellos con camisetas o banderas españolas, mostraban confianza plena en el combinado de Luis Enrique, que, como reconocían, les ha ido enganchando «poco a poco».

Con el inicio del duelo los nervios y la tensión fueron en aumento. El buen comienzo del combinado español subió todavía más el ánimo de los aficionados, que se lamentaban de las ocasiones falladas por Dani Olmo y Oyarzabal. La llegada del descanso fue el momento perfecto para hidratarse y coger fuerzas. «Tiene que acabar entrando», era el sentir general de los esperanzados seguidores. 

Con la mayor igualdad de la segunda parte las caras de preocupación comenzaron a reflejarse en los rostros de los hinchas, que protestaban cualquier acción dudosa que señalaba el colegiado. A esas alturas, la conexión era más fuerte que nunca.

El gol de Chiesa, sin embargo, dejó por un momento helados a los aficionados españoles, pero en ningún momento pararon de animar y de creer en las posibilidades de los suyos. Y por fin, en el minuto 80, llegó el ansiado gol de Morata, cuya celebración se escuchó en toda la ciudad y que provocó un estallido de júbilo. Solo las medidas sanitarias se atrevían a frenar los besos y los abrazos de todos los seguidores. El nerviosismo y la excitación fue en aumento en los últimos instantes antes del final de los primeros 90 minutos. «Nos tienen miedo. Están encerrados sin saber qué hacer», se desgañitaba un aficionado, al tiempo que se respiraba un optimismo generalizado ante la inminente prórroga.

Los siguientes treinta minutos fueron una continua sucesión de sustos, vítores y cánticos de unos hinchas a los que ya no les quedaban más uñas por morder. Pero el momento más tenso de toda la noche estaba reservado para la tanda de penaltis, que comenzó con euforia tras la parada de Unai Simón y terminó con lamentos y desilusión tras los fallos desde los once metros de Dani Olmo y Morata.

España quedó eliminada y las caras largas reinaron entre los aficionados, que, no obstante, mostraron su «satisfacción y orgullo» ante el desempeño del equipo. Esta vez no pudo ser, pero de lo que no cabe duda es que ayer, Zaragoza volvió a vibrar con la selección. Otra vez. De corazón.