El Acuario Fluvial se ha convertido en la atracción estrella de la Expo. Alrededor de hora y media de espera bajo el sol tuvieron que soportar ayer los sufridos visitantes que quisieron acceder al edificio, en el primer día realmente caluroso desde que se abrió la muestra.

A pesar de las largas colas que se vienen produciendo desde su apertura, sus responsables no prevén ofertar la posibilidad de reservar hora previa de visita, como sí ofrecen algunos pabellones y plazas temáticas. "El sistema fast pass no evita las colas", argumenta Iñaki Aguinaga, director del acuario. "Si solo una parte de los visitantes tiene la posibilidad de reservar, el resto de la gente de la cola va a tener que esperar aún más", añade. "Creo que nuestro actual sistema es café para todos".

Con reserva o sin ella, lo cierto es que, según señala Aguinaga, "procuramos que en ningún momento se baje del aforo máximo", 600 personas por hora. El resto de los pabellones cierra a las 22.00 horas, por lo que solo permiten la entrada hasta las nueve. Pero en el acuario, desde el segundo día de Expo, decidieron permitir la entrada hasta las diez, "con lo cual, cerramos a las once de la noche. Nos daba lástima que tanta gente se quedase sin entrar después de estar esperando", reconoce.

Esta semana, el recinto está tomado por las visitas escolares. Esta masiva afluencia de niños es una de las razones de la masificación, y de la irritación de la barcelonesa María Antonia Rocoder, que se quejaba: "La semana de los colegios tenía que haber sido exclusivamente para ellos", decía a punto de entrar, tras una hora y media esperando, y ya con los brazos en un rojo Benidorm.

A esa hora, sobre las 13.30, la cola rodeaba medio edificio. Un grupo del colegio Hermanos Argensola de Montañana, aguardaba su turno. A ellos les costó hora y cuarto entrar. A la salida, Romina Serrano, la profesora, comentaba: "Si los adultos tenemos que esperar, esperamos. El problema son los niños". A no ser que aún no hayan nacido. Es el caso de Pilar Magallón, una riojana embarazada de ocho meses. Al ver las colas, no sabía si reír o llorar. "Si tengo que hacer esta fila, doy a luz en la Expo". Pero alguien le sopló que las embarazadas no esperan. Dicho y hecho. Y entró por otra puerta, por la misma que los discapacitados.