-¿Estamos en plena crisis civilizatoria?

-Sí, porque lo que está en riesgo es la continuidad de muchos humanos y de otras especies. Es una crisis global porque tiene una profunda dimensión ecológica (agotamiento de la energía y de minerales, cambio climático...). También es social y económica porque esa crisis ecológica se plasma en la profundización de las desigualdades.Es asimismo una crisis de reproducción social, por la dificultad para continuar con el cuidado de los cuerpos y de las vidas, en un sistema que es patriarcal que obliga a hacerlo a las mujeres. Y también es una crisis de legitimidad democrática, porque muchas personas percibimos que la democracia no es tal, y ahí estamos viendo el auge de los autoritarismos y los neofascismos. Si esta crisis global se transforma en una crisis civilizatoria es porque a pesar de su extrema gravedad y de todos los síntomas que tenemos alrededor, permanece social y políticamente inadvertida. Es decir, una parte importante de la sociedad percibe que tenemos problemas pero no es capaz de identificar o de relacionar esos problemas en el conjunto del sistema económico, político y cultural dominante que tenemos.

-Son aspectos muy transversales. ¿Nos acabarán afectando a todos o también para esto hay clases?

-Es una crisis global pero no se vive de la misma manera en función de qué escala o qué papel ocupes en cualquiera de los ejes de dominación. La crisis tiene un sesgo de clase clarísimo. Y son las personas empobrecidas las que sufren de forma mayoritaria sus efectos de una crisis que no han contribuido a causar. Es el caso del calentamiento global o de las guerras causadas por el extractivismo. Si nos vamos al eje de género, cuando eres mujer y te toca jugar el papel de sostenedora de la vida en un sistema que se desarrolla en contra de nosotras, también tenemos mucho más que perder. En términos de procedencia pasa lo mismo. Quienes proceden de migraciones forzosas desde países empobrecidos también lo tienen peor. Y otro tanto si atendemos a la edad. Niños, niñas y personas mayores están mucho más afectados por los efectos de esta crisis. El remate se produce cuando se interconectan muchos de estos factores. Si eres pobre, mujer, migrante y estás en uno de los sectores de edad que te hacen más vulnerable, todo ese cúmulo de desigualdades se focalizan en una misma persona.

-¿Cómo hemos llegado a esta situación?

-Por la confluencia de una serie de factores. Es una crisis cultural pero tiene unas dimensiones materiales enormes. La cultura occidental es donde se han generado las utopías emancipadoras de los siglos XIX y XX, pero también ha surgido en su seno el capitalismo como sistema económico hegemónico. Desde su origen ha tenido un problema básico, y es el de haber generado una absoluta división entre nuestra especie y el resto del mundo vivo. Esto ha conformado una idea de las personas y de nuestra relación con la naturaleza de la que han derivado todo un sistema tecnológico y científico y el capitalismo, de donde proceden una idea de riqueza, del bienestar y de la producción que se mueven estrictamente en el mundo de lo monetario. Esto ha cortado los vínculos con la naturaleza y con los cuerpos. Hemos configurado una forma de ver la economía en la cual lo preponderante es que esta crezca, mientras las personas no nos preguntamos a costa de qué crece, para quién son los resultados de ese crecimiento y que se lleva este por delante. En esa pérdida de conciencia de que somos seres ecodependientes e interdependientes tenemos una fuente importante de nuestros problemas.

-¿Qué se está llevando por delante ese afán por el crecimiento económico a toda costa?

-La propia vida. El modelo de desarrollo que hemos llamado progreso es un poderosísimo sistema digestivo que crece devorando ríos, minerales, bosques, explotando vidas humanas. Y, cuanto más crece ese modelo, más se deteriora la base material que lo sostiene. Por eso hay sectores sociales que creen que progresan cuando en realidad estamos socavando la base material que permite nuestra existencia.

-¿Por eso hay que enfocar la salida a la crisis desde la sostenibilidad de la vida?

-Ese enfoque pone de manifiesto que para poder perdurar como especie hace falta mantener dos tipo de relaciones que son absolutamente inevitablea para que la vida humana se dé. Unas son las relaciones de ecodependencia: la economía es un subsistema de la biosfera, y no al revés. Para que haya cualquier tipo de economía hacen falta materias primas, recursos naturales… Para que se puedan sostener las condiciones de vida de las personas, todo lo que necesitamos sale de la naturaleza. Por lo tanto, no esquilmar las condiciones de vida y los recursos finitos es clave. Y de ello se ha ocupado históricamente el ecologismo como movimiento social.

-Pero usted fusiona el ecologismo con el feminismo.

-Así es, ya que a la vez somos seres profundamente interdependientes. Una a una, las personas no podemos vivir. Para hacer viable la vida hace falta que en algunas etapas haya personas que se ocupen de atender y cuidar esos cuerpos vulnerables y finitos en los que vivimos encarnados. Eso significa que para poder vivir hay que sostener explícitamente esa vida, interactuando con la naturaleza para obtener lo que necesitamos y entre las personas para garantizar la reproducción cotidiana de la vida humana. Y ha sido el feminismo el movimiento social que ha puesto de manifiesto esa dimensión relacional del ser humano y la importancia del trabajo de reproducción cotidiana de la vida, y el que ha denunciado que esta no transcurre de espaldas a la producción en el ámbito mercantil, sino que producción y reproducción son un continuo que hacen falta para sostenerse. Juntos, el ecologismo y el feminismo han venido a plantear que el modelo de cultura occidental, que se basa en la exterioridad, superioridad e instrumentalidad del hombre frente a la naturaleza, es un sistema de dominio que genera muchas violencias. Es el dominio del hombre sobre otras especies, del hombre sobre la mujer, del hombre sobre otros hombres que son considerados sujetos de menor valor social… Y lo que viene a definir es una forma de organizarnos en la que unas vidas valen más que otras y merecen ser más protegidas material, política y económicamente que otras. Eso es lo que viene a plantear el ecofeminismo, que se alía con otros movimientos emancipadores que hablan de economía social y solidaria, de redistribución de la riqueza y de justicia global.