Serafín Marín recibió en la plaza de toros de Zaragoza una sentida ovación en la novena de feria. Por el triunfo y por lo que su figura hoy día significa. La prohibición de las corridas de toros en Cataluña le posicionan como el más firme defensor de la fiesta en su tierra. Por eso realizó este año varios paseíllos tocado con la barretina y enfundado en la senyera. Eso tomó cuerpo cuando indultó un toro y abrió la Puerta Grande de la Monumental. El hecho no quedó ahí. El diestro de Montcada fue llevado a hombros hasta el hotel, como hace años lo hacían con las grandes figuras del toreo.

"Lo que ha sucedido me ha afectado personalmente porque es mi tierra. Por eso la temporada ha sido para mí durísima". Así, la oreja de ayer tuvo especial relevancia, más si tenemos en cuenta los seis festejos lidiados este año. "Me quedo con el triunfo de Barcelona y éste de Zaragoza", reconoció al hacer balance.

Serafín Marín estuvo ceñidísimo en el quite de frente por detrás con el capote y muy valiente con la muleta en el quinto. El trofeo llegó tras un rotundo espadazo. "He estado muy dispuesto y he sacado muchas de las virtudes que tengo. Lástima el pinchazo en el primero, sino también le hubiera cortado otra oreja. Ha sido una tarde de entrega, aunque la corrida no ha embestido como esperábamos. He estado por encima de los toros y el público lo ha visto", señaló satisfecho.

La tarde solo premió el valor de Serafín Marín porque los toros de Alcurrucén dieron escaso juego. "Sin toros es muy complicado triunfar. Cuando le apretaba al primero ya no tiraba para adelante. Y el otro tenía buena condición pero se ha venido muy abajo", apuntó Miguel Tendero. Visto lo visto, la despedida de los ruedos de Javier Castaño se quedó en anécdota. "Me voy con la misión cumplida. Empecé siendo niño y ya tengo 33 años. Me he formado a la vez como persona y como torero. Me hubiera gustado haber disfrutado esta tarde pero los toros acusaban mansedumbre".