Después de sortear las vías del tranvía hasta la obsesión, el autobús V1 llega a las Ferias, en una vaguada entre cerros como la penúltima barricada del horizonte. En ningún sitio del mundo (a lo mejor en Las Vegas) se da un maridaje tan fuerte de Naturaleza y Civilización por el camino de lo desabrigado, incluyendo los complejos urbanizados que están ya encima. "Pase por aquí, que le regalamos los primeros boletitos de la tarde".

Tan lejos y tan en medio de octubre, la factoría de diversión en una explanada de instalaciones y artilugios, reclamos sonoros y luces que crecen hacia la jaula de grillos conforme se inicia la noche. Es como un poblado del Oeste, donde, en lugar del ahorcado como único atrezzo, cuelgan todo tipo de objetos: Las Supervíboras, los Bob Esponja, las Ninja, los Simpson, generaciones sucesivas de iconos venidos del cine y la televisión a las tómbolas como premios de relleno que enmarcan otros más potentes, pongamos: "el robot aspirador inteligente; la última novedad".

Con las tradicionales churrerías y sus humaredas de aceite bajo mínimos ("ya solo nos compran el algodón de azúcar" decía una vendedora), las Ferias se resumen en tres apartados: el del azar con papeletas, el de habilidades de puntería y el del vértigo. Un señor mayor disparó cuatro veces sin fallar con tapones de corcho a unos botellines. Y recordó aquellos tiros con perdigón al botón-dispositivo de hierro que abría de forma mágica una puerta y salía el vermú y la tapa. "Esos eran años", dijo. Ahora, con los bares de dardos por la ciudad, el que falla al globito en las Ferias hace la risa en la pandilla. Cualquier chaval tiene juegos de puntería descargados en casa. Y con aviones supersónicos.

¡"Atención, atención! --un aviso de otra época--, ya están aquí las minimotos". Y al crío le ponen un casco. Las cosas de las ferias ya las suele tener la gente en casa, o en la oficina de loterías de abajo y de ahí viene ese toque algo obsoleto de la vista general. Si hablan de megagrúas, las hay más altas en las urbanizaciones.

Por eso tratan los feriantes de convertir en espectáculo-sorpresa una cosa tan sencilla y tan antigua como dar vueltas: El resultado es el trenecito que incorpora a un clown armado con una escobeta. O el que se para de repente y se lanza a toda leche en dirección contraria. Hay cosas que funcionan siempre: Los recintos del horror. No fallan si uno tiene 7 u 8 años. Su sustituto para los mayores es el vértigo. Una de las novedades de este año es el Inverter de color fucsia. Sin verlo, no se puede explicar. Pero las atracciones callejeras, portátiles y ligeras, a la puerta de casa, crecen como una alternativa de futuro a esos gigantescos parques temáticos.