toros de: Olga Jiménez (1º y 2º), Peña de Francia (3º) y Hnos. García Jiménez (4º, 5º y 6º).

el cid: Ovación y dos orejas. Se despidió del toreo cuajando al toro ‘Derribado’, nº 44, nacido en enero de 2015 y de 578 kg. Al finalizar el festejo El Fandi lo alzó sobre sus hombros antes de salir por la puerta grande.

EL FANDI: silencio tras aviso y oreja.

LÓPEZ SIMÓN: silencio tras aviso en ambos.

Entrada: Tres cuartos

Las manecillas del reloj habían sobrepasado largamente las ocho de la tarde cuando, arrastrado el sexto toro, El Fandi alzaba sobre sus hombros a Manuel Jesús El Cid. En medio de una nube de aficionados, algunos de ellos del colectivo Juventud Taurina, se arremolinaban en torno a un cortejo radiante de admiración y reconocimiento a una carrera que está jalonada por innumerables hitos.

Y por el recuerdo de esa mano izquierda que tantos pasajes gloriosos dejó escritos en los anales del toreo.

El himno del Reino de España sonó en versión extendida en los prolegómenos del festejo al tiempo que los luminosos advertían de la efemérides. La ovación del respetable tenía pues, su contexto y así fue entendida.

Luego, tanto David Fandila como Alberto López Simón brindaron sus respectivos primeros toros al torero de Salteras. Todo en orden.

Solo que Manuel Jesús no venía a pasear sino a dar contenido a una tarde definitiva para él. Lejos de su tierra, sin esa corriente de afectos que puede sobrevolar una fecha así. Estaba, no en terreno enemigo, pero desde luego Zaragoza no tenía un significado añadido. Es más, con su primer toro no pasó de correcto y la cosa rayó con la frialdad.

Claro que apareció por chiqueros ese toro Derribado, descarado de cuerna, muy astifino, chivato, enseñándose mucho, engallándose. Como diciendo «aquí estoy yo».

Tuvo --tuvimos-- la suerte de tener enfrente a un Cid que apostó por él. Porque después de una lidia mejorable en banderillas, el toro despertó de repente acudiendo a la muleta con todo.

Fueron tres descargas de artillería pesada que El Cid condujo por el lado derecho con firmeza y profundidad. Le leyó la cartilla, vamos.

El toro seguía, ya entregado, la muleta con más categoría por el lado derecho y El Cid se embriagó tanto de toreo fundamental que olvidó la excesiva extensión de la faena. Como colofón, la estocada un tanto trasera pero efectiva puso en las manos del torero dos orejas que lo colocan en lo más alto del podio de triunfadores de la feria que acaba hoy.

También al toro, al que se premió con la vuelta al ruedo.

Fue uno de los dos animales destacados -junto con el quinto- de un encierro, quizá el lote más parejo de todos los lidiados hasta entonces (a excepción del mulo sexto) y todos con muy afiladas defensas. Vamos, un estándar que podría servir de patrón.

Como no podía ser de otro modo, El Fandi -con su proverbial buena suerte- se llevó el otro toro sobresaliente, el quinto, un animal que pareció haber vivido más lejos del comedero pero que tuvo grandes cualidades.

El granadino le aplicó el repertorio reglamentario, con sus automatismos y tal. Lo recibió de rodillas con lo rojo, repitió (después de dudarlo) otra vez en el reclinatorio y optó por el lado derecho, el bueno del toro. Hasta que el animal se aburrió.

El espadazo inclinó la balanza y hubo premio.

En medio de todo aquello, Alberto López Simón estuvo superficial con su primero y nada concernido con el sexto, un animal esférico, desbordado en todas sus facetas, huidor por mansazo. Cortando el cupón. Haciendo caja.

La Misericordia dijo adiós a Manuel Jesús El Cid sin falsa teatralidad. Con verdad y sentimiento, como se hacen las cosas en esta tierra.