Las fiestas son necesarias en una sociedad sana y madura para que se reconozca a sí misma, celebre su identidad, establezca lazos simbólicos entre sus integrantes y se muestre ante los otros.

Desde este planteamiento se abordó la transformación de las Fiestas del Pilar hace 40 años. Porque desde aquellas primeras fiestas celebradas en la libertad de una democracia recién estrenada, en 1979, hasta su declaración oficial «de Interés Turístico Internacional» en el 2019, ha llovido mucho y han cambiado muchas cosas. La primera de ellas la propia sociedad zaragozana.

Porque, como hemos repetido siempre quienes integramos aquel primer equipo de festejos en los primeros años 80 del pasado siglo, cuando llegamos allí no había nada, si acaso un rancio olor a naftalina y a cirio apagado. Nosotros no inventamos las nuevas Fiestas del Pilar: materializamos un modelo de programa nacido de una compleja participación social y popular, abierta tanto a las organizaciones sociales, culturales y festivas de todo tipo como a la ciudadanía a título individual. Nuestro mérito fue el trabajo, la planificación, la ejecución, la evaluación, la corrección de errores y la incorporación de elementos nuevos que demandaban el tiempo y el momento. Gracias a ello, el modelo funcionó, evolucionó y perduró en el tiempo. Hasta hoy.

...Y en ésto llegó el covid

Y, parafraseando a Carlos Puebla y los Tradicionales, se acabó la diversión, llegó la pandemia y mandó parar. Porque la guerra que estamos librando contra el covid-19 (no nos engañemos: esta es la guerra que le ha tocado vivir a nuestra generación) será larga, y si queremos ganarla tienen que cambiar muchas cosas, como están cambiando ya, en nuestra vida personal y en nuestra sociedad. Por ello, tal como está evolucionando la pandemia, suprimir la celebración de las Fiestas del Pilar ha sido una decisión acertada y absolutamente necesaria, imprescindible para Zaragoza si queremos evitar que la tremenda situación que estamos viviendo se convierta en catástrofe.

Por eso, el debate no es, no debe ser «fiestas sí, fiestas no»; el debate debe dilucidar qué fiestas queremos, cómo reforzamos con ellas nuestra cohesión y nuestra identidad, cómo vivirlas en medio de una pandemia universal, cómo deberán ser cuando esto se acabe. Porque entonces nuestra sociedad habrá cambiado y nosotros tampoco seremos ya los mismos.

Tiempos nuevos

El sociólogo Dieter Goetze mantiene que, «además de ser un fenómeno dinámico y contribuir a la articulación de relaciones sociales, la fiesta reconstruye constantemente su propia historicidad». Por su parte, el antropólogo Roland L. Grimes nos dice que «un sistema de símbolos no es un conjunto de arquetipos inmóviles cuyas relaciones y significados permanezcan estáticos», y propone tratar los ciclos de rituales públicos como sistemas en evolución. Y esa es precisamente la línea de pensamiento que, a mi juicio, hay que tener presente a la hora de reinventar las Fiestas del Pilar.

Por ello, me gustaría pedirles a los responsables municipales de Cultura que se olviden definitivamente de las No-Fiestas: ese no es el camino a seguir para construir un nuevo modelo. Que la decisión de suprimir los pilares que se ha tenido que tomar este año es muy triste y muy dura lo sé mejor que nadie. Pero también me gustaría señalarles que este año tienen una oportunidad de oro para replantear desde cero el modelo festivo de Zaragoza y adaptarlo a la nueva realidad social, la que tenemos y la que vendrá, escuchando a todos los sectores implicados, apoyando a nuestros artistas y creadores con decisión e imaginación, apostando por la participación, ciudadana. Porque intentar volver a las fiestas de antes no solo es un error: es imposible.