Si para alguien están hechas las Fiestas del Pilar, ese alguien es un niño. Maravillados en mitad de la calle contemplan a esos seres enormes cuya altura llega hasta los tejados en la comparsa mientras posan, con cierta desconfianza, para fotografiarse junto a su cabezudo favorito.

Hay niños que pasean de la manita con sus abuelos, quienes compran churros con extra de azúcar para compartir y les llevan allá donde quiere el pequeño. Los hay que ríen mucho, cuando un payaso les hace carantoñas, un mago sorprende con sus hechizos o los Titiriteros de Binéfar actúan como llevan actuando desde 1978. Los hay, también, que lloran a veces: un globo que vuela de su dueño, algún susto con un cabezudo…

Los más madrugadores consiguen desperezarse para ir a las vaquillas, deseando bajar al ruedo aunque la edad no se lo permita. Y a algunos los hacen peñistas desde que nacen, algo que llevarán en el pecho siempre al lado del chaleco de la agrupación.

Otra diversión que no pueden perderse durante las Fiestas del Pilar son las ferias. En el Tren Chispita, las montañas rusas o los tiovivos, los niños disfrutan de sus primeros subidones de adrenalina, lo que desata carcajadas inocentes en sus rostros. Durante los últimos años, al ubicarse en Valdespartera, el viaje a las ferias se aprovechaba para asistir al circo: payasos, animales exóticos e increíbles acrobacias han hecho vibrar a los jovencísimos admiradores.

En las fiestas del Pilar también hay tiempo para el deporte y la competición. Torneos de fútbol, baloncesto, ajedrez e incluso las nuevas tendencias de videojuegos como 'Fortnite' tienen cabida en las festividades para que los chavales demuestren su talento.

Vestidos de baturros y baturras

Tampoco pueden olvidarse las tradiciones. La estampa que dejan las generaciones familiares vestidas de baturros y baturras en la Ofrenda de flores se volverá a reflejar cuando los niños crezcan y sus hijos hereden los minúsculos trajes. Los más serios saldrán de noche, con sus candiles, para rendir homenaje en el Rosario de Cristal.

En los certámenes infantiles de jota, las promesas del canto tradicional brillan con luz propia gracias a sus potentes y blancas voces. El arte que imprimen los más jóvenes en la escena jotera, junto a los bailes y paloteaos, evocan en las memorias de los mayores los recuerdos de la infancia.