Toda aragonesa, como prenda imprescindible, siempre viste sobre los hombros un pañuelo, mantoncillo o mantón que dependiendo del tamaño le cubre el torso o buena parte del cuerpo. Se lucen por abrigo, pudor y como un adorno.

La variedad de tipos, tamaños y calidades es muy amplia, casi infinita. La mayor parte de estas prendas se adquirían por compra y su origen hay que buscarlo en diversas zonas del país, así como en distintos países europeos o incluso americanos y hasta en China. También había mantones confeccionados en nuestras tierras, si bien éstos eran los más sencillos y elaborados en telares artesanales.

Los de uso diario son sencillos, de lana o algodón y de dimensiones cómodas; son una prenda esencialmente práctica, que no molesta en las tareas cotidianas. La seda, en todas las variedades de calidad, es el material preferido para mudar. Entonces el tamaño de la prenda aumenta, así como el fleco que lo rodea. En periodos cálidos se preferían tejidos finos, con el frío se usarán mantones más recios y grandes y podremos encontrar incluso ejemplares propios de entretiempo.

La edad de la usuaria también influye en el uso de estas prendas y así las mozas jóvenes tenderán a lucir pañuelos o mantoncillos más cortos y de colores vivos y vistosos, sobre todo en las temporadas estivales, junto con el justillo. Las señoras ya casadas vestirán más sobrias y con mantones de más empaque y seriedad. En los momentos de luto, el color único será el negro, y se teñirán muchos ejemplares e incluso se les quitará el fleco.