Un paseo por Independencia hace dos años era introducirse en un mundo de sonidos peruanos con soniquetes difícilmente identificables con algo armónico o incluso un universo de globos de cualquier personaje televisivo y, sobre todo, con muchos colores. Hacia las siete y media de la tarde, desde la plaza Paraíso (tras esquivar un tranvía lleno hasta los topes como si estuviéramos en la nueva normalidad), se siente ya un murmullo de voces casi monocordes que no atravesaban un determinado umbral de intensidad pero que eran la certeza de que algo pasaba. Un día como este se tenía que haber celebrado el pregón de las Fiestas del Pilar y, como ya se sabe a estas alturas, no se hizo. Sin embargo, el centro de la capital aragonesa bulle casi como unos Pilares más. Casi, porque lo que si se echa en falta eran todos esos artistas callejeros, músicos y de otra índole que ocupaban las calles para animar el ambiente. En este 2021, la gente se ha echado a la calle a pasear (igual también influye que ante los aforos tan reducidos de las actividades casi se les empuja a ello si quieren salir de casa) a pesar de que no hay ningún atractivo especial, quiero decir, nada que la diferencie especialmente de las mismas calles hace unas semanas.

En la calle Alfonso I en la que cuesta caminar aunque mascarillas se vean pocas (a pesar de la ausencia de distancia social) aparecen tímidamente los primeros cachirulos y los primeros grupos numerosos de jóvenes que ya empiezan a flirtear con la bebida. De repente, el murmullo de la gente (solo interrumpido por algún grito de una despedida de soltera femenina) se empieza a difuminar entre unas notas de música. Una decena de personas rodean a la altura de la plaza Sas a una pareja de artistas, Maremagnum, que están interpretando una versión de Llorona. Alguna moneda les cae pero tampoco ellas son las responsables de ninguna aglomeración.

En el paseo se ven más cachirulos e incluso algún globo de Peppa Pig. Las terrazas que están en bocacalles de la calle Alfonso, llenas, eso sí, y un grupo de turistas, andaluces para más señas, se preguntan cómo estará la plaza del Pilar. Hay una medida que no falla para controlar la densidad de la gente. Si en 2019 atravesar la calle Alfonso podría costar alrededor de 20 minutos y sortear muchos obstáculos, en este 2021, en 10 se puede hacer, aunque hay que andar con cuidado para no atropellar a nadie. Lo primero que llama la atención al entrar en la plaza del Pilar es la gran cola que hay para entrar a la basílica. De hecho, para ordenar la fila y evitar aglomeraciones (algo que, evidentemente no se consigue) han colocado vallas amarillas. En la propia plaza no deja de haber trajín de gente mientras los operarios culminan el montaje del escenario donde este año solo se podrán escuchar exclusivamente jotas.

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A lo lejos, se ve tumulto en calle Don Jaime I entre algún coche que despistado se ha colado en la misma (estos días tanto Independencia como plaza España, Don Jaime I y el Puente de Piedra están cortadas al tráfico) y la gente aprovecha a colocarse detrás de él para abrirse un hueco y poder avanzar como en las mejores noches tras el pregón de fiestas.

Pasan los minutos y se acerca la noche y la presencia de gente en la calle no aminora sino más bien todo lo contrario porque a los de mediana edad se les van incorporando también los jóvenes que prefieren salir más tarde de casa. Dicen que oficialmente no hay Fiestas del Pilar pero el ambiente se asemeja bastante a los que se vivían algunos años atrás antes de que el virus lo cambiara todo. A pesar de que no hay atractivos en la calle, está claro que la gente también quiere vivir estos raros Pilares en la calle. El centro fundamentalmente es un buen ejemplo de que ni la pandemia ha dejado a la gente en casa. Se llamen Fiestas del Pilar o no.