Postes de electricidad que se pierden en el horizonte. Un paisaje yermo y plano. Ni una sombra en el desierto. Muchos camiones, la mayoría de transporte de petróleo, en la inacabable carretera. Un hospital vacío. Unos 200 kilómetros de frontera bajo un férreo control militar. El lado jordano del paso fronterizo entre Jordania e Irak no es el lugar más bonito del mundo, pero posiblemente sí sea hoy por hoy una de las fronteras más impermeables del mundo.

Una negativa tras otra

"La situación es tranquila. No hemos recibido órdenes de organizar preparativos para refugiados. No hay más iraquís que abandonen el país. Todo es normal". Parapetado tras una solapa llena de condecoraciones, el comandante del paso de Al Karamah sonríe y encadena un no tras otro. Oyéndole, nadie diría que Jordania puede enfrentarse a lo que las Naciones Unidas consideran que va a ser un grave drama humano si estalla la guerra en Irak.

No se puede echar un vistazo a la tierra de nadie. El tamaño de Al Karamah --con un aparcamiento para unos 500 camiones-- es información clasificada. No se puede decir cuántos coches de Irak pasan diariamente. El comandante cumple con la política del avestruz que ha decidido seguir Jordania a pies juntillas ante la previsible crisis de refugiados, resentida porque el sacrificio que efectuó durante la primera guerra del Golfo con los desplazados no ha sido recompensado.

Oficialmente, Jordania cerrará la frontera si hay guerra y no aceptará refugiados. Y mucho menos palestinos e iraquís. Como máximo, colaborará con la ONU en establecer campos en Irak. Pero Siria y Turquía también dicen que cerrarán sus fronteras, e Irán, que dejará pasar a poca gente. La ONU calcula que el conflicto puede generar dos millones de desplazados.

"¿Cuál de los países fronterizos con Irak es más permeable a la influencia de EEUU?", se pregunta una cooperante española en Ammán. "Jordania", responde. Aunque es cierto que en la frontera no son visibles los preparativos --donde se instalaron los refugiados en 1991 sólo hay dunas-- ya han llegado a Jordania organizaciones humanitarias que, hasta ahora, no estaban en el país. Y esta semana, el español Carlos Maldonado, enviado desde Ginebra para tratar del posible aluvión de refugiados, tuvo una repleta agenda de trabajo en Ammán. Un hospital espera a 80 kilómetros de la frontera, pero su director, obediente, también calla.

Más locuaces son los usuarios de la frontera, los transportistas que llenan la carretera que atraviesa el inacabable desierto. En el primer pueblo en el lado jordano --Al Ruay-shed, a 80 kilómetros, con entre 3.000 y 4.000 habitantes-- no hay gasolineras. Sus habitantes venden garrafas de gasolina a los conductores. Los denominados piratas cruzan varias veces la frontera para cargar fuel a precio irrisorio en Irak y venderlo al otro lado.

Los negocios

"La situación en la primera guerra fue excelente. Había mucha gente y el negocio fue muy bien", cuenta Ahmed, el orondo encargado del restaurante de carretera Al Ghanem. El propietario, Anuar, un kuwaití que dejó su país siendo adolescente tras la invasión iraquí, no es tan optimista: "A menos tráfico, menos dinero".