En el año 2005, las empresas y los particulares de los países miembros de la Unión Europea podrán comprar y vender derechos en un novedoso mercado de emisiones de CO2 --anhídrido carbónico--, principal causante del efecto invernadero y considerado como uno de los seis gases que provoca un mayor desequilibrio medioambiental.

Esta aparente chaladura --¿a quién se le ocurre crear un mercado de derechos de emisiones de un gas?-- puede funcionar mejor que otras políticas medioambientales puramente coactivas. El invento, de hecho, ha sido desarrollado teóricamente en los EEUU aunque será la Unión Europea la primera en ponerlo en marcha, ya que la administración Bush se ha negado a ratificar el Protocolo de Kioto, marco conceptual en la lucha por la reducción de gases contaminantes.

La Unión Europea ha seleccionado cinco mil grandes empresas -cementeras, papeleras, acerías o vidrieras-- que emiten cada año más de 50.000 toneladas de CO2. Cada estado establecerá unos derechos de emisión para sus empresas, de acuerdo con los compromisos adquiridos en 1997 en el Convenio Marco sobre Cambio Climático de la ONU, acordado en la ciudad japonesa de Kioto.

El objetivo general de la UE es reducir las emisiones de anhídrido carbónico en un 8%. Ello permitirá que las empresas de los distintos países miembros compren y vendan sus derechos de emisión sin sobrepasar el límite impuesto por las autoridades comunitarias. Este novedoso mecanismo de mercado, que introduce el principio de que el que contamina debe pagar por ello, se regulará desde la city de Londres, una de las grandes plazas financieras del mundo.

No cabe duda de que este mecanismo supondrá un coste adicional para las empresas, ya que estas deberán optar --si quieren evitar las sanciones de la UE-- por invertir en procesos energéticos más eficientes, lo que les permitiría vender sus derechos de emisión a otras empresas, o adquirir los mismos a precio de mercado a otras empresas o a intermediarios particulares .

La empresa que sobrepase el límite marcado por la administración comunitaria podrá ser sancionada económicamente. No se sabe todavía si a tanto por tonelada de más de CO2 o, lo que parece más justo y eficaz desde el punto de vista medioambiental, mediante una escala progresiva que sancione más al que más contamine o al que emita más cantidad de los otros cinco gases contaminantes señalados en el Protocolo de Kioto: metano, óxido de nitrógeno, hexafluoruro de azufre, compuestos perfluorocarbonados y compuestos hidrofluorocarbonados.

Con este mecanismo que introduce el pago por emisión de anhídrido carbónico, la UE se colocará a la cabeza de la industria de tecnologías limpias, a la espera de que, en el año 2008, se abra un mercado mundial de emisiones entre todos los países que firmaron el acuerdo de Kioto. La administración europea tiene en cartera futuras políticas de protección del medio ambiente más agresivas que tendrán que contemplar en su día el control de emisiones de CO2 que hoy no están incluidas: las del transporte privado y público.

En la Cumbre de Johannesburgo, la UE planteó como objetivo mundial reducir en un 15% el uso de combustibles fósiles, los grandes contaminantes atmosféricos, sustituyéndolos por energías renovables para el año 2010. Los Estados Unidos se opusieron: su modelo, hoy por hoy, se basa en el petróleo abundante y barato. No es caso de la UE, cuyo objetivo interno para finales de la presente década es utilizar en la producción de electricidad un 22% de energías renovables y conseguir que el 12% de la producción energética total proceda de recursos no contaminantes y renovables.

Uno de los grandes gurús de las energías renovables considera que la sustitución de los combustibles basados en el carbono puede tener sobre la humanidad "un impacto tan profundo como lo tuvo el aprovechamiento del carbón y de la energía del vapor hace tres siglos. La era de los combustibles fósiles --señala el norteamericano Rifkin-- cambió por completo nuestro modo de vida, nuestra idea del comercio y el gobierno, y los valores que nos mueven". Cabe preguntarse, por tanto, si no será cierto que, como dice este experto estadounidense, estamos en puertas de una nueva Revolución Industrial en la que las energías renovables, con especial énfasis en el hidrógeno --el elemento más básico y ligero del universo-- sustituirán ventajosamente al carbón y al petróleo.

Dos años después del Protocolo de Kioto, la Sexta Conferencia sobre el Cambio Climático de la Haya constató que todos los países desarrollados habían incumplido los compromisos contraídos en la ciudad japonesa. Sólo la UE -gracias a Gran Bretaña, Francia y Luxemburgo- había reducido su tasa de emisión de anhídrido carbónico por encima del 8% previsto para la última década del siglo XX. España y Holanda, pero sobre todo Italia y Grecia estaban entre los países comunitarios que no habían cumplido sus compromisos en la reducción de este gas. La negativa de la Casa Blanca a ratificar el Tratado de Kioto o las recomendaciones de la Cumbre de Johannesburgo sobre el desarrollo sostenible colocan a EEUU al margen de la transición histórica --por usar las palabras de Jeremy Rifkin-- de la energía basada en el consumo de combustibles fósiles a los recursos renovables y, en especial, al hidrógeno. En ese terreno, Europa tiene hoy por hoy una significativa ventaja en el campo de la tecnología y, lo que quizá sea más importante, una mentalidad de progreso que se resume en el nuevo eslogan de la petrolera británica BP: Beyond Petroleum (Más allá del petróleo ).