Aquí, en Kirkuk, hay días en los que se produce un solo atentado, otros, en el que coinciden dos, y otros, en los que no sucede nada".

El todoterreno blindado enviado por el gobernador local, Abdul Rahmán Mustafá, que ha venido a recogernos a la entrada de la ciudad, va dejando atrás un degradado paisaje urbano, con edificios oficiales protegidos de los coches bomba tras enormes bloques de hormigón, con carreteras a medio asfaltar y enormes socavones sin reparar, con controles militares y policiales en estado de alerta, con improvisadas barreras en las calles o inmuebles abandonados en avanzado estado de degradación. Pese a la inquietante conversación con nuestro chófer ocasional, la intuición nos empuja a aceptar la invitación del gobernador y a no irrumpir, a bordo de un taxi desconocido, en una ciudad que ha sido escenario, en los últimos 12 meses y con las cifras oficiales en las manos, de una media de un atentado cada 2,13 días.

UN TERCIO DEL PETRÓLEO Y es que hoy en día, Kirkuk no es únicamente, con el permiso de Bagdad o Diyala, uno de los rincones más violentos de Irak. Su subsuelo alberga un tercio de las reservas de petróleo del país, y dos comunidades étnicas --los árabes sunís, que la poblaron durante el régimen de Sadam, y los kurdos, que aspiran a incorporarla a la región autónoma del Kurdistán-- se disputan a muerte esta fuente de prosperidad futura. El precepto constitucional de celebrar un referendo antes de fin de año acerca de su estatus, incluído en el artículo 140 de la Carta Magna, no ha hecho más que azuzar las tensiones entre las comunidades kurda y árabe, con los turcomanos como convidados de piedra del conflicto interétnico.

"No creo que podamos celebrar el referendo durante este año; estamos aún en la primera fase, la de normalizar Kirkuk", admite el gobernador, de la etnia kurda, que, en sus cuatro años de mandato, ha sobrevivido a tres atentados suicidas. Desde el despacho de su hogar, transformado en una suerte de búnquer en pleno frente bélico, y moviendo nerviosamente su pierna derecha, Abdul Rahmán Mustafá no se atreve a dar una fecha para la consulta electoral, confirmando lo que es ya un secreto a voces para todos los observadores de la actualidad iraquí: la polémica votación está pospuesta sine die por Irak. Evitando mencionar por su nombre al país vecino, Turquía --que vería con muy malos ojos la incorporación de una ciudad con riquísimos yacimientos de petróleo a la próspera autonomía kurda iraquí-- proclama con voz firme: "El futuro lo decidirán sus habitantes, sin interferencias de países extranjeros".

SIN EXCESIVA CONVICCIÓN Sin excesiva convicción, Abdul Rahmán Mustafá, habla de una ostensible mejora en la seguridad de Kirkuk en los últimos meses. "El principal problema son las bombas, nunca sabemos donde van a explotar", dice. Y ello, pese a que a mediados de julio se produjo el peor atentado sufrido por Kirkuk desde la caída de Sadam Husein, con 75 muertos; pese a que recientemente, tres periodistas perdieron la vida en sus calles y pese a sus continuos viajes a Bagdad para pedir refuerzos policiales. El general Omar Khattab, comandante de la Unidad de Emergencia de Seguridad, uno de los cuerpos policiales desplegados en la ciudad, también intenta transmitir un optimista panorama, aunque acabe admitiendo que muchas familias prósperas de la ciudad pagan una suerte de impuesto revolucionario a alguno de los grupos insurgentes que operan para frenar secuestros o asesinatos.

CONTROLES POLICIALES El todoterreno blindado del gobernador enfila la salida de Kirkuk, sorteando, sin detenerse, las innumerables colas de vehículos que aguardan ante los controles policiales, pasando ante fachadas destruidas por explosiones y dejando atrás calles desiertas. Finaliza la visita relámpago a la ciudad en la que cada 2,13 días se produce un atentado terrorista.