Al otro lado del teléfono, una voz rota contesta desde el campo de refugiados de Yabalia, en el norte de Gaza. "¿Que cómo estamos? Vivos... de momento. Nunca en mi vida he visto bombardeos tan constantes e indiscriminados. Llevamos desde el sábado sin poder salir de casa. Tiran a todo. Es una locura". Abú Hani habla por el móvil desde una habitación interior. No se atreve a acercarse a las ventanas. La radio es su único vínculo con la calle, porque no hay electricidad para la televisión. Tampoco funciona la línea telefónica, afectada por los bombardeos. La ansiedad de sus hijos no le deja respirar. "Me siguen a todas partes, como si fueran polluelos".

Tras cuatro días de bombardeos incesantes por aire y mar sobre la franja de Gaza, Israel descartó el martes el alto el fuego solicitado por la Unión Europea y el Cuarteto (Rusia, UE, EEUU y Naciones Unidas). También ignoró una propuesta del Ministerio de Exteriores francés para detener los combates durante 48 horas como gesto humanitario. "La ofensiva en Gaza no acabará hasta que logremos nuestros objetivos, todo continúa de acuerdo con el plan", afirmó el primer ministro en funciones, Ehud Olmert.

POR TIERRA El próximo paso podría ser la invasión terrestre. El ministro de Defensa, Ehud Barak, pidió la movilización de otros 2.500 reservistas. De momento, 6.700 han sido llamados a filas. En su celo por destruir la infraestructura ocupada por Hamás desde que ganó las elecciones del 2006, Israel está arruinando la red de instituciones preestatales levantadas desde la creación de la Autoridad Palestina, muchas con dinero europeo. Ha volado comisarías de policía --el 95% según Hamás, que asegura haber perdido a 120 miembros de sus fuerzas de seguridad--, varios edificios ministeriales, una cárcel, dos departamentos de la Universidad Islámica, asociaciones, centros deportivos, alguna cooperativa agrícola y decenas de talleres que, según Israel, servían a los islamistas para fabricar o almacenar armas.

"Estos edificios no son de Hamás, son de todos los palestinos", clamaba el profesor universitario Mjaimer Abusada. Además Israel se cebó con una lechería, la sexta mezquita, varias viviendas de militantes y, por segunda vez, los túneles que comunican Gaza con Egipto. Estos pasadizos subterráneos eran hasta ahora la única vía de abastecimiento de la franja, sometida a un implacable bloqueo desde que Hamás barrió a Al Fatá en la guerra civil oficiosa de hace 18 meses. Además de armas para las milicias, por allí entraban productos tan básicos como lápices, papel, ordenadores, gasolina o cemento. "Desde que atacaron los túneles los precios se han disparado todavía más", relataba a este diario un periodista de la franja de Gaza.

Mientras, sigue aumentando la cifra de muertos como si se tratara del cómputo enloquecido de un videojuego. Son ya 380 las víctimas mortales y 1.700 los heridos.

Dos hermanas de Beit Hanún, de 4 y 7 años, fueron alcanzadas el martes por un misil. A pesar de la devastación, Israel no logra detener los proyectiles palestinos. Casi medio centenar cayeron ayer sobre el sur del Estado judío sin provocar víctimas. Hasta ahora cuatro israelís han muerto. Algunos de los cohetes llegaron a ciudades nunca antes alcanzadas como Berseba o Rahat.

Mientras, en la franja crece la furia hacia los países árabes por su tibia reacción. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, dijo que no abrirá del todo sus fronteras de Gaza hasta que esté en manos del presidente palestino, Mahmud Abbás. Este calla después de haber dicho que Hamas podría haber evitado el ataque israelí aceptando la tregua.

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