Las caras de amargura y de resignación dominaban entre los manifestantes que salieron ayer a la calle en París --por séptima vez desde principios de septiembre-- para expresar su rechazo a la reforma de las pensiones, aprobada definitivamente el miércoles en el Parlamento. A juzgar por el retroceso de la participación, la mitad que el pasado día 19, Nicolas Sarkozy ha ganado el pulso con los sindicatos por atrasar la edad legal de la jubilación de los 60 a los 62 años. Sin embargo, ha perdido la batalla de la opinión pública. El 65% de los franceses simpatizan con la protesta, según el último sondeo del instituto CSA para Le Parisien.

"Si con el CPE el contrato para jóvenes aprobado por el Parlamento en el 2006 conseguimos que el Gobierno diera marcha atrás, ahora también podemos lograrlo. ¡No abandonaremos!", insistían los más voluntaristas, apelando a ese precedente que le costó al exprimer ministro Dominique de Villepin la candidatura a las presidenciales. Pero, pese al tiempo soleado, la calle daba signos de desgaste.

En las 270 manifestaciones convocadas en todo el país, el Gobierno contó 560.000 personas y los sindicatos, cerca de 2 millones, muy lejos del récord --3,5 millones de personas según los sindicatos y más de un millón según Interior-- de la semana pasada. Los miles de estudiantes que se habían sumado ayer hicieron novillos. Unos centenares se movilizaron en plenas vacaciones de otoño, calendario con el que contaba el Gobierno para desactivar la protesta.

En cuanto a la jornada de huelga, los sindicatos admitieron la "fatiga" después de tres semanas de paros. Aun así, se anularon entre un 20% y un 50% de trenes y vuelos. El Gobierno, aunque evita el triunfalismo, llamó a los ciudadanos a respetar la ley. La oposición, por su parte, no se rinde y recurrirá la ley ante el Constitucional.