Wen Jiabao, primer ministro chino, inauguraba un mes atrás la línea de alta velocidad entre Pekín y Shanghái con la pompa reservada a los hitos. El trayecto era la joya de la corona de la velocidad china, epítome del auge nacional y su compromiso tecnológico. Una semana después, un accidente con 40 muertos y 200 heridos levantó dudas sobre si la urgencia descuidaba la seguridad. Hoy, todo el entramado tiembla y Pekín se plantea frenar en seco.

China suspendió ayer todos los proyectos de construcción de alta velocidad, anunció inspecciones a fondo en los ya levantados y rebajó la velocidad en una media de 50 kilómetros por hora en todos los trayectos. No es la primera vez. Los trenes han pasado de 300 kilómetros por hora a 200 a medida que crecían las dudas sobre su seguridad.

La línea Pekín-Shanghái registró varios retrasos en los primeros días y el accidente, aunque se produjo en un trayecto diferente, provocó la supresión de varios servicios diarios. El tren es el transporte más popular en China, capaz de absorber un tránsito de cientos de millones de emigrantes en vacaciones.

GESTIÓN NEFASTA Mientras en la India, el otro gran país asiático en desarrollo, los accidentes mortales son casi cotidianos, la red china es segura y los accidentes se dan en muy raras ocasiones. El último ha tenido consecuencias, sobre todo por una gestión posterior calamitosa.

Los internautas criticaron la demora en el suministro de cifras de muertos y que se mostrara más preocupación por restablecer el servicio que por rescatar a los cadáveres. Incluso la prensa oficial señaló que el país "no necesita un PIB (producto interior bruto) manchado de sangre".

El accidente, el peor desde el 2008, ocurrió cuando un tren embistió a otro detenido tras quedarse sin suministro. Falló el sistema de señalización. El constructor estatal de locomotoras para el trayecto Pekín-Shanghái investiga los fallos. China cuenta con 13.000 kilómetros de alta velocidad y proyectaba que sean 20.000 en el 2020, más que el resto del mundo en conjunto.